Por Cynthia Dávalos

Les cuento que hice casi tres horas rumbo a mi trabajo y, cuando estaba a solo un par de cuadras, me di cuenta de que no iba a poder llegar a tiempo. ¿Les suena conocido?
No podía creerlo: había puesto mi aplicación, como todos los días, y marcaba una hora con trece minutos. Pero conforme pasaba el tiempo, ese cálculo seguía subiendo… y subiendo.
No hubo accidente, ni un carro descompuesto, ni protestas. Tampoco era el tráfico habitual.
Solo era un martes colapsado en la Ciudad de México. De esos días que te hacen pensar que, aunque parezca imposible, las cosas todavía pueden empeorar.
No podía evitar mirar el reloj una y otra vez, mientras escuchaba el noticiero en el coche que hablaba del tráfico intenso en toda la ciudad. Y entonces me pregunté:
¿Cuándo normalizamos vivir atrapados? ¿Es normal que una ciudad se detenga de repente?
La CDMX se encuentra entre las ciudades con más tráfico del mundo. De acuerdo con el TomTom Traffic Index, sus habitantes pasan, en promedio, 148 horas al año atrapados en el tráfico. Eso equivale a más de seis días completos de nuestras vidas… solo para ir de casa al trabajo o del trabajo a casa.
¿Es esto lo que consideramos normal?
Cada año se suman más autos a una infraestructura que no crece al mismo ritmo. Y si a eso le agregamos obras mal planificadas, lluvias, accidentes, semáforos desincronizados y una falta total de coordinación entre alcaldías, secretarías y ciudadanos, tenemos la tormenta perfecta.
Vivimos en una ciudad que, en lugar de moverse, se paraliza.
Y esto no se trata solo de tráfico: es también ansiedad, agotamiento y frustración por no poder llegar a tiempo.
A menudo, esto puede llevar incluso a peleas entre conductores, a accidentes por la desesperación, al hartazgo colectivo. Y aunque no lo creas, también afecta cómo dormimos, cómo nos relacionamos y hasta cómo rendimos en el trabajo.
Si eres mujer, moverte implica además pensar en tu seguridad: vagones separados, taxis con rastreo, rutas con buena iluminación. Porque en esta ciudad, el miedo también viaja contigo.
Lo más brutal de este colapso es lo invisible: la ansiedad de llegar tarde o no llegar, la culpa por no cumplir, el agotamiento de una ciudad que no te deja vivir, solo sobrevivir.
Y todo ese tiempo perdido… podría haberse usado en algo productivo o en cuidar de nuestro propio bienestar.
¿Y cuáles son las soluciones? Cada administración promete resolver el problema de movilidad… y lo posterga.
Se invierte en obras que duran años. Se abren ciclovías sin continuidad. Y eso sí: se suben las tarifas del transporte… sin mejorar el servicio.
Mientras tanto, todos tenemos que adaptarnos: cambiar la hora de salida para evitar las horas pico, buscar rutas alternas, bajar más apps de movilidad y vivir en el estrés y la frustración como si fueran parte natural de la rutina.
¿Y qué decir del segundo piso? Tampoco es opción. Pagas una cuota… para quedar igual de varado. Al final, se vuelve otra trampa más.
¿Hasta cuándo vamos a aceptar que esto es inevitable?
El derecho al tiempo también es un derecho humano. En una ciudad pensada para autos y no para personas, el tiempo se ha vuelto un lujo.
Y si el derecho a la movilidad está en la Constitución… ¿por qué no se cumple? ¿Por qué seguimos diseñando políticas públicas que no entienden la vida real de los ciudadanos?
Hace falta más que infraestructura. Hace falta empatía.
Hay días en que la CDMX se vuelve inhabitable. Días imposibles, como los llamamos muchos.
Pero lo más triste… es que dejamos de sorprendernos.
¿Y si dejamos de normalizar vivir atrapados?
La Ciudad de México no está condenada a colapsar. Lo que falta no es dinero ni tecnología: falta voluntad política y visión urbana.
Porque una ciudad que no respeta el tiempo de su gente, tampoco respeta su dignidad.
Y tú, ¿cuántas horas perdiste esta semana solo para llegar a tu destino?
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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