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Por Dalia Martínez*
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¿Por qué nos sorprende y nos asusta un asesinato como el del exalcalde Carlos Manzo Rodríguez, independientemente de filias o fobias? ¿Por qué llena de indignación la desaparición y posterior hallazgo, torturado y muerto, del líder limonero de Apatzingán Bernardo Bravo?

Quizás porque ellos habían advertido que sus vidas corrían peligro y que su familia también estaba o está en riesgo, y nadie hizo ni hace nada. Quizás porque eran jóvenes promesas de la política local, que traían frescos los sueños de poder cambiar su entorno.

Quizás sorprende y enoja porque, por el contrario y desde la Fiscalía General de Justicia en el Estado (FGJE) y desde los pasillos del gobierno estatal, intentan ahora inculpar a la esposa de Bernardo Bravo diciendo que ella fue quien lo mandó matar por un asunto de celos. Y en el caso de Carlos Manzo, desde las esferas de gobierno estatal, desde hace tiempo crearon y dejaron correr el rumor de que Manzo Rodríguez en realidad estaba confabulado con un bando de los cárteles, en lugar de arreglar el problema.

Lo cierto es que hoy ambos están muertos, y ambos fueron eliminados de la noche a la mañana, y en el último caso, frente a la vista de todos en un evento en el que había familias enteras, incluyendo la del alcalde Manzo, dispuestas a celebrar a sus muertos, dispuestas a convivir en paz y a disfrutar de un concierto de Vicente Jáuregui.

Sorprende, eso sí, la indolencia de las autoridades y la desfachatez de un gobernador que siempre, como niño malcriado cuando se le llama a rendir cuentas, trata de culpar al de al lado y evadir sus responsabilidades.

Un gobernador que padece el fenómeno de la "adultoscencia" y que lejos de buscar ayuda profesional se ha dedicado a gobernar por ocurrencias, oyendo sugerencias de influencers y de su consejero personal Gustavo Aguado, que se asemeja más este último a una especie de José Córdoba Montoya (aquel agorero y sombra siniestra del sexenio de Carlos Salinas de Gortari) que a un profesional político o de la comunicación.

Sorprende, indigna y asustan ambos hechos porque, al final del día, periodistas, comerciantes, abogados, obreros, oficinistas y todos, somos ciudadanos y estamos atrapados en esta parte de México donde se hace cada vez más difícil respirar, trabajar y vivir.

Por un lado nos asfixia la falta de empleo, la extorsión, la pobreza, el peligro diario en el que se encuentran nuestros hijos, padres y hermanos, y por otro lado ahoga la impunidad, la complicidad y la corrupción de los gobernantes que se ríen en nuestra cara y celebran por todo lo alto que la justicia estatal, federal y hasta la divina, no los alcanza a ellos.

El problema de la seguridad en Michoacán va de la mano de la complicidad de muchos de los que hoy ostentan el poder, y para muestra un botón: un miembro activo y recaudador de extorsiones del cártel de Los Viagras llegó en el pasado reciente hasta la Cámara de Diputados  cuando todo mundo sabía, y sabe, que este hombre es miembro del grupo criminal y hoy se presenta ante todos como empresario y socio de limoneros del Valle de Apatzingán.

Y así ocurre de manera interminable en este vapuleado estado donde el río suena, sabe y cuenta cosas y hechos graves mientras las autoridades voltean hacia otro lado, y quienes se atreven a alzar la voz más allá de lo necesario, hoy están bajo tierra y nosotros sobre la Tierra en total indefensión.

No es casualidad que haya más de seis alcaldes muertos en Michoacán en los últimos cinco años, justo el tiempo que lleva de gestión el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla, quien se ha dedicado a la frivolidad junto con su equipo y tiene más resonancia sus líos de alcoba que las acciones que debería de hacer para preservar el derecho a la seguridad de sus gobernados.

Hoy en Michoacán preocupa más a la clase política las estrategias y alianzas que tejen para ganar el 2027, que el legado que dejarán al siguiente gobernante y que hoy huele a sangre y muerte, como desde hace más de dos décadas.

*Periodista. Madre de dos hermosas mujeres, dos perros y dos gatas. Cocinera por convicción y corredora por afición.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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