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Por Daniela Castell
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México es uno de los países donde más horas se trabajan (48 horas semanales) y, paradójicamente, donde menos se gana (278.80 MXN diarios). Entonces surge la duda: ¿vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Aunque la respuesta parece obvia, la realidad de millones de mexicanos es otra.

La mayoría sigue atrapada en jornadas interminables —sin contar las horas de traslado, que oscilan entre una y dos por trayecto— debido a problemas de movilidad y tráfico (tema pendiente en sí mismo). Aunque la ley establece un máximo de 48 horas semanales, muchas personas superan este límite, con consecuencias negativas para su salud física y mental.

Entonces, ¿por qué seguimos atrapados en un modelo laboral que nos roba calidad de vida sin garantizar mejores ingresos? En todo el mundo, las jornadas laborales se están reduciendo. Francia adoptó desde el año 2000 una jornada de 35 horas; España experimenta exitosamente con semanas laborales de 4 días; Chile aprobó una reducción de 45 a 40 horas; y Colombia ha comenzado una disminución gradual de 48 a 42 horas.

En todos los casos se ha demostrado que trabajar menos no solo es posible, sino también deseable: incrementa la productividad y mejora la calidad de vida de las y los trabajadores. Es hora de que México dé el paso.

Trabajar menos no significa producir menos. Al contrario, estudios demuestran que quienes laboran menos horas son más eficientes y cometen menos errores. Además, eso permite más tiempo para descansar, aprender cosas nuevas y convivir con la familia, lo que se traduce en personas más felices y saludables. También se impulsa el desarrollo económico: con más tiempo libre, la gente consume más, se generan nuevos empleos y se fortalece el mercado interno.

Quienes se oponen a la reforma argumentan que podría afectar la competitividad de las empresas, en especial de las pequeñas y medianas. Alegan que reducir las horas incrementaría los costos laborales y complicaría las operaciones. No obstante, muchos expertos defienden que, con avances tecnológicos y una distribución más eficiente del tiempo, los beneficios superan los posibles riesgos.

La reducción de la jornada laboral ha sido una deuda legislativa de años. En la legislatura pasada, desde la Junta de Coordinación Política, el grupo parlamentario de Morena hizo todo lo posible por desechar un dictamen ya aprobado, con el pretexto de que la iniciativa no había sido suficientemente discutida, a pesar de que ya se había realizado el Parlamento Abierto “Días de Jornada y Descanso Laboral”. Así, mandaron la iniciativa a la congeladora, minimizando el trabajo de la diputada Terrazas, integrante de su propia bancada, todo por favorecer intereses empresariales en un contexto electoral.

En octubre de 2024, la Cámara de Diputados retomó la reforma, enviándola a la Comisión de Puntos Constitucionales para su análisis. La propuesta busca modificar las fracciones IV y II de los apartados A y B del artículo 123 constitucional, estableciendo que, por cada cinco días de trabajo, los empleados gocen de dos días de descanso, con un máximo de 40 horas semanales.

Aunque no se ha aprobado aún, hay iniciativas como la de Movimiento Ciudadano que propone subsidios para micro y pequeñas empresas, de modo que puedan transitar a este nuevo modelo sin despidos ni reducciones salariales. Entonces, ¿cuál es el pretexto?

Es urgente que el Congreso atienda esta demanda y apruebe la reforma. No se trata de un lujo ni de una idea utópica: es un derecho que debemos exigir. Trabajar menos no significa producir menos: significa vivir mejor.

El Congreso tiene la oportunidad de hacer historia. Depende de nosotros exigir que esta discusión se ponga en el centro. ¿Vamos a seguir sacrificando nuestra vida en jornadas interminables o vamos a luchar por un modelo más justo? Es hora de decidir ¡Vamos por las 40!

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@DanielaMCastell

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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