Por Desiré Navarro

Imaginen, por un momento, a una niña de 10 años. Debería estar jugando, estudiando, soñando con ser astronauta, doctora o artista. Pero en México, en 2024, cerca de 30 niñas menores de 12 años dieron a luz. Sí, niñas de primaria, con cuerpos y mentes aún en formación, enfrentando el trauma de un embarazo forzado. Los agresores, hombres de entre 30 y 65 años, les robaron la infancia. Esto no es una estadística fría: es un grito de dolor que resuena en Chiapas, Veracruz, Oaxaca, Estado de México y en todo el país.
Según el INEGI, en 2023, mil 144 niñas menores de 13 años se convirtieron en madres. Mil ciento cuarenta y cuatro infancias destrozadas. Mil ciento cuarenta y cuatro historias de violencia sexual infantil que nos interpelan como sociedad. ¿Qué nos dice esto? Que la violencia contra las niñas nos rebasa, que el sistema sigue fallando y que la indiferencia es tan cruel como el abuso mismo. Cada número es una vida, un sueño roto, una herida que no cerrará sin justicia.
No podemos cerrar los ojos ante esta tragedia. La indiferencia también es violencia. Cada niña que llega a una clínica a dar a luz debe ser vista como una víctima, no como un caso más. Cada hospital debe ser un puente hacia la justicia, con una comunicación directa con procuradurías especializadas que investiguen sin revictimizar. Porque no basta con atender el parto: hay que perseguir a los responsables, sancionarlos sin importar su edad y garantizar que ninguna niña vuelva a pasar por esto.
¿Qué exigimos?
- Investigaciones serias y sensibles de los delitos sexuales, sin culpar ni estigmatizar a las víctimas.
- Castigo implacable a los agresores, sin excusas ni privilegios.
- Atención médica y psicológica integral para las niñas, que les ayude a sanar las cicatrices físicas y emocionales.
- Sistemas de salud conectados con la justicia, donde cada caso de embarazo infantil active una investigación inmediata por parte de Ministerios Públicos capacitados.
No podemos seguir tolerando un país donde el machismo estructural y la desigualdad arrancan la niñez a las más vulnerables. Estas niñas no son madres por elección; son víctimas de un sistema que las abandona. Pero aún hay esperanza: cada voz que se alza, cada política que se transforma, cada paso hacia la justicia es un rayo de luz en esta oscuridad.
Exijamos hoy, con furia y con amor, un México donde las niñas sean niñas, no madres. Donde crezcan libres, seguras y con la certeza de que nadie las silenciará. Porque su dolor es nuestro dolor, y su esperanza, nuestra lucha.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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