No soy de aquí

Me sentí ajena, fuera de mí, no desde la superioridad intelectual ni nada de eso, sino un afuera orgánico, casi celular, de otra especie.

No soy de aquí
Diana J. Torres

Por Diana J. Torres

Voy en un tren atravesando la Toscana, vine a Europa un rato a trabajar presentando mis libros y a hacer talleres de eyaculación para personas con pucha. Es lo que hago además de tener un restaurante y escribir columnas para Opinión51, entre otras cosas. Embelesada con el paisaje voy pensando en qué tan diferentes son estos territorios, más allá de nombres o de cultura, son diversos en su forma, en sus colores, hasta en el aire que se respira. Se me sienta al lado un señor italiano con ganas de plática, yo trato de hacerme la loca y me zambullo en el libro de Frida Cartas (“Transporte a la infancia”, muy recomendable) que me traje justo para situaciones como esta.

Pero no le importa perturbar o interrumpir mi lectura. Al ver que se trata de un libro en español me pregunta de dónde soy. Dudo mucho antes de responder esta pregunta. “Dal Messico” respondo en mi itañol muy imperfecto pero funcional hasta la fecha. Miento porque me da miedo tener que viajar durante tres horas con alguien al lado que no pueda parar de hablar de España, o peor, de equipos de fútbol españoles. Y miento también porque a este punto de mi vida no me siento tan “española”. Después, cuando me tuve que cambiar de asiento fingiendo que me bajaba en una parada que no era la mía porque al tipo ya no lo pude soportar más, me di cuenta de mi error: el cabrón era de ese tipo de europeos (muy abundantes, por cierto) que piensan que México es Sudamérica y sus habitantes son “esa gente que viene a quitarnos el trabajo”.

Yo no quería discutir pero su primera frase después de “revelarle” mi procedencia fue “tu país ha hecho mucho daño al mío con toda la droga que nos exportan”. A esa perla le siguieron otras muchas del mismo estilo: la pobreza, el hambre, la ignorancia del pobre pueblo mexicano que con todo lo que les dieron los españoles no supieron y no pudieron armarla. De verdad un chingo de mamadas una detrás de otra, su asquerosa verborrea era interminable, hasta que le pregunté si había estado alguna vez en México. Me contó que no pero que había visto la serie de “Narcos” en Netflix y que había leído algunos libros. Yo para ese entonces estaba a punto de golpearlo, ¡y eso que no soy mexicana! Pero me contuve y simplemente le dije que absolutamente todo lo que estaba diciendo era falso y que no tenía ningún fundamento para hablar así, al mismo tiempo que agarré mi libro y le manifesté mi deseo de que se callara el hocico. Estuvo tranquilo durante un rato hasta que el tren pasó al lado de una playa nudista que se veía a lo lejos pero no tanto como para no distinguir el cuerpo desnudo de bastantes personas por la ventana. Ahí saltó y gritó “mira, mira, ¿verdad que eso no se puede hacer en México?”. Le respondí que antes de que llegaran los españoles sí se podía. Y al no poder replicarme nada desde su necia cabezota, volvió a emprender la cantaleta anterior, como en loop. Parecía como un robot al que se le ha pelado un cable y que no se puede desconectar. Se crasheó, dirían mis amigxs hackers.

Me dio tanta vergüenza todo lo que decía, tanto odio, tanta tristeza. Sobre todo por saber que ese hombre es solo un hombre común y normal, que sus ideas no son vistas en estas latitudes del mundo como algo raro o loco sino que al contrario es lo que piensa la mayoría de la gente desde su estúpida ignorancia supremacista. A veces es complicado encontrarse una con lo que debería ser “mi gente”, por el abismo insalvable que hay entre su pensamiento y el mío, entre sus ideas, sus sentires, y lo que yo soy. Me sentí ajena, fuera de mí, no desde la superioridad intelectual ni nada de eso, sino un afuera orgánico, casi celular, de otra especie.

Me levanté y me fui, golpeándolo “accidentalmente” con mi bolsa y sin pedir disculpas. Así me gustaría poder irme también de lo que de toda esa basura habita en mí.

@pornoterrorista

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