Por Diana J. Torres
Tengo por costumbre al despertar, antes de comenzar el día, quedarme en la cama una media hora viendo estupideces, generalmente de stand up o de humor, en instagram.
Lo hago principalmente para empezar el día riéndome, que es una sana praxis que llevo a cabo desde pequeña cuando lo primero que hacía, mientras me tragaba aceleradamente mi desayuno antes de ir a la escuela, era agarrar mi comic de Mafalda o similares.
Empezar el día a carcajadas porque gran parte de lo que acontecerá cuando atraviese el umbral de mi puerta y me deposite en la realidad no me hará ninguna gracia.
El mundo ahí afuera es demasiado triste y bastante tedioso.
El caso es que hoy de veras si me he pasado como una hora riéndome con un chavo que básicamente decía en su acto de comedia que las dragqueens de la gente heterosexual son los políticos. Su reflexión en realidad era bastante aguda y acertada pues describía ese performance de la clase política como una masculinidad que no se sabe vestir o que a propósito se viste de manera horrible y aburrida y que entretiene a las personas mintiendo deliberadamente.
Aún fue más lejos: comentaba que esa atracción por los políticos que tienen lxs heteros está directamente relacionada con los “daddy issues” de la banda, es decir, el hecho de tener a una figura masculina, paternalista y de autoridad a la que desde siempre hemos visto mentir en público con toda normalidad.
Tras la risa me he quedado pensando bastante en esta cuestión de por qué les tenemos confianza a figuras políticas que de antemano ya sabemos que nos están mintiendo. Y esto es algo que sucede en absolutamente todos los partidos y todas las orientaciones ideológicas: nos encanta creernos las mentiras que nos cuentan.
Ya sea por ingenuidad, o como decía el humorista mencionado, porque tenemos asuntos atorados con nuestros padres. Evidentemente yo, como anarquista, nunca le he creído a nadie, jamás he votado a ningún payaso ni lo haré y tengo la certeza de que es absolutamente imposible hacer las cosas bien en el ámbito político, está todo ya demasiado podrido y corrupto como para que alguien con buenas intenciones tenga alguna mínima posibilidad de éxito, de que sus propuestas fantasiosas de cambio no acaben transformadas en eso, en mentiras.
Ahora bien, ¿se imaginan un gobierno conformado por dragas y marimachas, por trans y unicornias?
¿Se imaginan cómo serían nuestras sociedades si no estuvieran gobernadas por heterosexuales? ¿Habría alguna diferencia en el modo de hacer las cosas? Ahí les dejo estas incógnitas para que las reflexionen, y también el consejo de que procuren reírse al inicio de sus días; capaz si el politiquerío aplicara esta y gobernaran con un poco más de humor, otro gallo nos cantaría.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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