Para quienes estén criando hijxs y se pregunten qué es aquello que deben aportarles a sus criaturas para que devengan en el futuro seres humanos con una sexualidad libre y sin traumas, mi respuesta es sencilla: información y verdad. Digo sencilla, pero en realidad no lo es tanto y hay un buen de trabas que ni siquiera dependen de las familias sino de todo un entorno condicionado por una sociedad mochísima que prefiere inventar fábulas antes que echar mano de la ciencia y la razón.
Desde la pregunta más esencial que toda personita se hace cuando empieza a tener algo de conciencia vital, que viene a ser el “¿de dónde salí yo?” suele empezar la retahíla de mentiras: la abejita que polinizó la flor, la cigüeña que vino de quién sabe dónde y metió al bebé por la ventana, la palomita blanca que se posó en la tripa de mamá, y así un chingo de pendejadas. Y ojo, porque no son nada inocentes y pueden llegar a generar muchísimo daño cuando la verdad, de naturaleza flotante, sale a la superficie.
Cuando yo formulé esa pregunta en mi hogar, mis jefes, que jamás terminaron su educación secundaria básica pero estaban decididos a no mentirme jamás, me respondieron con extrema cabalidad: el pene de papá entró en la vagina de mamá, expulsó espermatozoides y uno llegó hasta el óvulo. Además, mi padre que es artista plástico hizo una especie de teatrito de cartón, constituido por un dibujo sencillo de los aparatos reproductivos y fideos y bolitas de unicel que hacían las veces de espermas y óvulos respectivamente. ¡Qué bello y simple! Lo entendí al momento y por mi pulsión divulgativa que tuve siempre adentro, comencé a comentarlo con otrxs niñxs de mi entorno que para mi sorpresa y en su gran mayoría no tenían ni puta idea de lo que les estaba hablando. ¿Cómo podía ser aquello? Creo que quizás desde ese instante me di cuenta de que algo no andaba bien con la educación sexual.