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Por Diana Murrieta*

Hablar de cuidados en México es hablar de una de las mayores deudas sociales y de género que arrastramos desde hace décadas. Hace una semana, en el marco de la XVI Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, se firmó el Compromiso de Tlatelolco, asumido por los países parte en el que reconocen a los cuidados como un derecho humano.

Cocinar, limpiar, atender a niñas, niños, personas mayores o con discapacidad son tareas que sostienen la vida, pero que han sido relegadas al ámbito privado, invisibles en las estadísticas y ausentes de las prioridades presupuestales. La CEPAL estima que el 74% de este trabajo recae en mujeres, lo que significa que millones de mexicanas sostienen gratuitamente un sistema económico que, al mismo tiempo, las excluye del trabajo remunerado formal.

No es casualidad que, pese a tener avances en derechos laborales, igualdad educativa o representación política, México siga rezagado en la participación económica de las mujeres. La raíz está en esta sobrecarga: el cuidado no se reparte ni se reconoce, y sin corresponsabilidad real, hablar de igualdad es apenas utópico.

Por eso resultan tan relevantes las iniciativas anunciadas recientemente en distintos niveles de gobierno. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, presentó una propuesta de ley para instaurar un Sistema Público de Cuidados, que convertiría el acceso a servicios como estancias infantiles, comedores comunitarios o lavanderías en un derecho humano. La promesa es ambiciosa: construir una red que en 30 años cubra de manera universal a la capital, con un presupuesto inicial de 200 millones de pesos.

En paralelo, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció la construcción de mil centros de cuidado infantil (CECI) en todo el país. La meta es facilitar que las mujeres trabajadoras puedan reincorporarse al mercado laboral o acceder a él sin tener que cargar en solitario con las tareas de crianza. El mensaje es claro: los cuidados empiezan a ocupar un lugar en la agenda nacional.

Sin embargo, entre el anuncio y la transformación real hay un largo camino. La historia reciente está llena de programas sociales que arrancan con entusiasmo pero se diluyen por falta de recursos, corrupción o visión de largo plazo. Recordemos lo que pasó con las estancias infantiles: un programa con fallas, sí, pero que desapareció en lugar de fortalecerse, dejando a miles de mujeres sin alternativas. Si no se acompaña con un presupuesto sólido, fiscalización transparente y capacitación de personal, cualquier iniciativa corre el riesgo de quedarse en promesa y en un gran discurso.

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