Por Diana Murrieta*
En días pasados, México fue testigo de un episodio que debería habernos unido en una sola premisa: a ninguna mujer se le toca sin su consentimiento. Y aun así, frente a un video que mostraba claramente a un hombre manoseando a la presidenta Claudia Sheinbaum, hubo voces que dijeron “no fue para tanto”, “no se ve”, “lo están exagerando”, “solo fue un roce”. La narrativa que tantas mujeres conocemos de memoria volvió a aparecer: dudar de nosotras antes que cuestionar a quien agrede.
Que haya personas —mujeres y hombres— que no le creyeron a la presidenta es un síntoma gravísimo. Porque si incluso la mujer con más poder político del país es sometida al escrutinio, al juicio, a la minimización y al gaslighting colectivo, ¿qué nos queda a las miles de mujeres que viven abusos lejos de cámaras, lejos del reconocimiento público, lejos de cualquier posibilidad de que el país entero salga a debatir su caso?
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