Por Diana Murrieta*
Hace unos días, el 25 de noviembre pasado, una vez más, las calles de México se llenaron de mujeres que marchamos por nuestras vidas. Algunos se preguntan por qué seguimos saliendo, por qué seguimos gritando, por qué insistimos en pintar las paredes cuando deberían estar pintados nuestros nombres; por qué —si ya hay leyes, instituciones e incluso una presidenta mujer— seguimos denunciando que no es suficiente. La respuesta es tan clara como dolorosa: porque cada cifra, cada historia, cada ausencia nos recuerda que todavía no alcanzamos el piso mínimo para vivir libres de violencia.
Las estadísticas más recientes lo confirman. Según el INEGI, el 70.1% de las mujeres de 15 años o más en México ha vivido al menos un tipo de violencia a lo largo de su vida. Esa cifra significa que siete de cada diez mujeres que caminan junto a nosotras, que toman el transporte, que trabajan, que estudian o que cuidan, han experimentado violencia física, sexual, económica, laboral, digital o psicológica. No es un fenómeno aislado ni excepcional: es estructural.
SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...