Por Diana J. Torres
Desde hace meses estoy tratando de renovar la licencia operativa de un establecimiento mercantil que tengo junto a una compañera desde hace casi cuatro años. Ella, quien hizo los trámites iniciales me había contado de la pesadilla que tuvo que vivir para tenerlo “todo en regla”, pero para entonces contamos con la ayuda de un “gestor” que nos hizo el camino por este “infierno dantesco” mucho más sencillo. Yo nunca creía que fuera para tanto, pensé, literal, que ella exageraba cuando me contaba las filas interminables, las citas infructuosas, los ires y venires absurdos causados por negligencias catastróficas a la hora de que este funcionariado nos diera la información correcta y completa.
En estos meses he podido descubrir en mis propias carnes que sus peripecias no sólo eran ciertas sino que con la excusa del COVID y los cambios de gobierno, ahora es mucho peor de lo que pensaba.
En un principio, muy ingenuamente, pensé que la fecha de vencimiento de la licencia en curso, por lógica, sería prorrogada los seis meses que la delegación nos obligó a cerrar por la contingencia pandémica. Y digo por lógica porque soy de esas personas que aún confía en cosas como el entendimiento humano y la justicia universal (sí, lo confieso, leí demasiado a Mafalda). Pero cuando fui en mayo a renovarla en tiempo y forma según yo, me informaron de que no sólo no nos la podían extender el equivalente a los meses que nos obligaron a permanecer cerradas, es decir, a no operar el negocio, sino que además se nos había impuesto una sanción por pasarnos de la fecha de vencimiento. Dicha sanción, de cinco cifras que no voy a mencionar porque sólo de verlas me duele la retina, me pareció de las cosas más injustas que se podían hacer con un pobre restaurante de menos de 80 metros cuadrados, que no recibió ni una sola ayuda en tiempos de pandemia y que a pesar de todo había conseguido sobrevivir de manera autónoma en el corazón de la Colonia Doctores. Por no mencionar que en nuestros escasos cuatro años de vida nos vimos asediadas también por funcionarios que cayeron a mordernos en diversas ocasiones aún teniéndolo todo en regla.
Finalmente, después de muchos meses de trabajo y esfuerzo, ancladas en nuestro deseo de hacer las cosas por la derecha, conseguimos pagar la multa en Tesorería. Pero ¿qué creen? Un día después de haberla pagado recibimos un correo del Siapem (Sistema Electrónico de Avisos y Permisos de Establecimientos Mercantiles) diciendo que nuestra solicitud de revalidación estaba vencida y que teníamos que iniciar el proceso de nuevo. Tragando bilis me metí a la página de Siapem pero estaba caída y no era posible avanzar hasta obtener el trámite.
Al día siguiente fui a la delegación por trigésima vez, al parecer en muy mal día pues era el penúltimo en que ese gobierno operaba la fortaleza de la frustración, y me dijeron que con la sanción pagada no había problema, que la web no estaba funcionando y que con el trámite vencido aún podía hacer la revalidación. Me indicaron, no obstante, que no podía ser en ese momento y que al día siguiente fuera a la ventanilla única (que ya me suena casi como a algo más parecido al ojo de Mordor que a una entidad para “ayudar” a la ciudadanía) porque a esas horas ya estaba cerrada (debían ser máximo las 12pm). Al día siguiente fui y ni siquiera pude traspasar las puertas pues me indicaron que la susodicha ventanilla única ya no estaba operando, que posiblemente el lunes 11 volvería a actividades y que en cuanto volviera a abrir me mandarían un email.
Obviamente no les creí nada, el correo jamás llegó. Preocupada por el hecho de estar incumpliendo la ley teniendo un lugar que opera con permiso vencido, me lancé de nuevo a la Alcaldía donde me indicaron que la ventanilla seguiría cerrada hasta el día 18. Y así, perdida en tramitilandia, un lugar en el que es necesario contratar a “un gestor” para poder sacar la chamba como quien contrata a un monitor de buceo para hacer inmersiones profundas y no morir en el intento, me sentí como mi compatriota el señor Larra que muy sarcásticamente escribió hace casi 200 años su “Vuelva usted mañana”, que para vergüenza de todos sigue de fresquísima actualidad.
Diana J. Torres (Madrid; 1981), es una artista, escritora y activista multidisciplinaria involucrada en movimientos transfeministas. Su trabajo gira en torno a la sexualidad y tiene también una marisquería. Vive en México desde 2013.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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