Por Edmée Pardo
Suceden dos cosas de manera simultánea para adentrarme, desde muy lejos, en la Amazonia. Por un lado, el extraordinarísimo e imperdible libro de Elian Brum, Amazonia, viaje al centro del mundo y la no menos extraordinaria exposición fotográfica La amazonia, desde la lente de Sebastiao Salgado que se exhibe en el Museo de Antropología.
El libro me dejó muda de fascinación y también con muchas ganas de encontrar la palabra garra para rasgar el mundo. Hablar de la Amazonia como centro del mundo no es un juego de palabras ni un llamamiento retórico, nos dice Eliane: el 60% de la selva tropical del mundo está en Brasil y de ella depende nuestra supervivencia. Existe una guerra en marcha entre los que defienden el desarrollo y los que luchan en contra de sus implicaciones. Hay que decidir con acciones y palabras de qué lado estamos, como lo hacen Eliane y Sebastiao.
De la selva de la que habla Eliane es la que Sebastio permite ver en su gente y en los paisajes donde no sé qué es más impresionante si el objeto fotografiado o la fotografía en sí misma. Ambos, “hombres blancos que buscan desblanquearse” en lo posible al no ser parte de los hombres “comedores de la selva” porque no se puede ser blanco y bueno en ese mundo. Se necesita adquirir otro color, en la piel o en el pensamiento, para entender la Amazonia desde dentro. Mientras algunas personas se entintan color tierra, hay registros de que en varias partes de la selva tropical las mariposas pierden su color: ya no son rosas, verdes, púrpuras o azul, se mimetizan para sobrevivir, de algún modo se blanquean y ya y son pardas y grises como las cenizas de sus incendios y carreteras.
La Amazonia sabe que una ciudad moderna es la ruina de la naturaleza; que los nativos que cazan una tortuga, comen una tortuga; que los bancos cazan una tortuga comen carne de tortuga.
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