Document
Por Farah Ayanegui*

No todos los libros se leen con los ojos. Algunos se leen con el corazón. Y este fue uno de esos.

“Los recuerdos ya no viven aquí” llegó a mí como llegan las cosas importantes: sin ruido, pero con resonancia. Me bastaron unas cuantas páginas para entender que no solo estaba leyendo una historia. Estaba entrando en un territorio que removía algo dentro de mí, tocando heridas que no sabía que necesitaban ser vistas. Como si las palabras de Jonathan Hernández Sosa tuvieran la habilidad de alcanzar ese rincón interno que yo misma no había logrado nombrar.

Esta historia tiene la capacidad de dejar una marca indeleble en el corazón de sus lectores. En esta novela, una nieta (Amanda) acompaña a su abuela Amelia a buscar a su verdadera madre. Pero lo que parece un viaje a Las Choapas se convierte en una travesía emocional y espiritual. Con cada paso, ambas desentierran secretos, dolores antiguos y fragmentos de identidad que el tiempo había escondido. Y en ese proceso, me vi reflejada.

El realismo mágico tiene esa capacidad: desdibuja los límites de lo real para decir verdades más profundas. Y este libro lo hace con maestría. Pero lo que me conmovió no fue solo la historia de Amelia y Amanda buscando un origen. Fue algo más íntimo cómo esa búsqueda externa reflejaba la mía. Cómo, en esa abuela que quiere recordar, y en esa nieta que quiere comprender, también habitaba yo. 

He encontrado consuelo en las letras muchas veces. A veces ha sido una canción que llega justo cuando siento que me rompo. Otras, escribir un poema que me ayuda a nombrar lo que no sabía cómo decir, pero que se siente muy hondo. Pero pocas veces un libro me ha acompañado tan claramente en una etapa de transformación.

Este libro habla de memoria, identidad, duelo, familia, secretos. Temas que no son ajenos a nadie, pero que en su narrativa se sienten como un apapacho al alma, como un abrazo que te acompaña en el proceso de recordar, soltar, perdonar y regresar a ti.

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.