Document
Por Farah Ayanegui*

Hay un momento en el proceso de sanación en el que creemos haber roto con viejos patrones, sólo para descubrir —con algo de incomodidad— que siguen ahí, pero disfrazados.

En mi caso, no fue tan evidente al principio. Porque cuando comienzas a sanar, a poner límites, a cuidarte, es fácil caer en el autoengaño. Crees que ya no te sobrecargas, pero en realidad te estás aislando. Piensas que dejaste de dar todo a los demás, pero ahora no te das ni a ti. Dices que ya no te exiges, pero te saboteas.

Es el mismo patrón solo que con una máscara distinta. Y es que el autosabotaje no significa falta de disciplina o motivación. A menudo nace de miedos profundos, inseguridades o creencias subconscientes sobre lo que creemos merecer o ser capaces de lograr.

Según un estudio publicado en la revista Personality and Social Psychology Bulletin, alrededor del 69 % de las personas adopta conductas de autosabotaje que afectan su éxito, muchas veces sin darse cuenta, pues arrastramos pensamientos como: “no soy suficiente”, “no merezco esto”, “si no obtengo este resultado, habré fallado”.

El mismo estudio muestra que cultivar la autocompasión puede reducir la procrastinación hasta en un 29 %, al disminuir la ansiedad frente a tareas que suelen activar pensamientos intrusivos o exigencias internas.

Durante mucho tiempo pensé que dar el plus en todo lo que hacía —en el trabajo, en casa, con mi familia— era sinónimo de compromiso. Pero esa entrega sin medida venía de mi niñez, donde aprendí que tenía que ganarme el amor entregando más de mí: tiempo, energía, acciones, silencio.

Y cuando dejaba de hacer todo eso, no sentía paz, sino frustración. Reaparecía la herida de no haber sido cuidada como necesitaba, reclamando atención.

No se trataba de hacer más o descansar más. Lo que realmente me faltaba era permitirme recibir sin tener que demostrar nada. Comprender que no necesito ganarme el descanso, ni justificarlo. Y también, que puedo accionar sin agotarme.

La ilusión del cambio

A veces creemos que ya no estamos en los viejos patrones porque ahora descansamos, meditamos o ponemos límites. Pero si lo hacemos desde la culpa, la obligación o el miedo, seguimos en la misma rueda. Solo cambió el disfraz.

Por eso me hice algunas preguntas que hoy te comparto, por si resuenan contigo:

  1. ¿Estoy dando de más?
  2. ¿Qué espero a cambio?
  3. ¿Qué parte de mí castigo cuando procrastino?
  4. ¿Qué necesito para soltar sin exigirme?

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.