Por Fátima Masse

Mi día empezó como instructora de un taller que exigió mi concentración absoluta durante cuatro horas. Después vinieron los típicos pendientes de mi empleo: cerrar propuestas, hablar con clientes, coordinar al equipo, supervisar entregables, contestar correos y más.
Un día maratónico y caótico, pero que logré sortear gracias a que alrededor de mí hay una red sólida que salió al quite: una vecina que llevó a mis crías a la escuela, una trabajadora que limpió y ordenó mi casa, una mamá que nos invitó a comer para que no cocinara y un esposo que aprovechó un espacio libre para hacer el súper.
Ese es el retrato de una mujer privilegiada que es capaz de combinar su vida profesional con la maternidad. No es sencillo: la carga mental está ahí, pero tengo apoyos y recursos que me permiten liberar tiempo para construir el negocio que sueño.
La mayoría de las mujeres en México no viven esa realidad y cuando miramos con lupa las brechas se abren todavía más para ciertos grupos de mujeres. La Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2024 lo confirma. Mientras que las mujeres en general dedican 41.8 horas semanales a tareas de cuidado y del hogar, las afrodescendientes destinan 44.1 y las que hablan lenguas indígenas 45.8. Es decir, la carga de trabajo no remunerado aumenta para quienes están en desventaja.
Puede ser que el desbalance de cuidados nos una a todas en una narrativa poderosa, pero hay que aceptar que el reto no es igual para todas.
A esto se suma que apenas 6.4% de los hogares encabezados por una mujer cuentan con apoyo de personal doméstico. Para el resto, si las mujeres quieren generar sus propios ingresos, tendrán que apoyarse en familiares y personas cercanas, que en su mayoría son otras mujeres que también cargan con responsabilidades propias y carecen de tiempo para hacer otras actividades.
Ante este panorama, ¿cómo no cuestionar las imágenes de Mariana Rodríguez con su bebé en el evento del Día del Policía?
Al igual que otras personas, cuando vi estas fotos tuve sentimientos encontrados. Por un lado, celebré la idea de que se puede trabajar y maternar, puesto que ayuda a romper paradigmas en el mundo laboral. Por el otro, me preocupó el riesgo de que este mensaje fuera incompleto, porque para combinar la maternidad y la vida laboral no solo se necesita “echarle ganas” y la audacia de retar al estatus quo, sino también se requiere tener los recursos, como el tiempo y el apoyo externo, para hacerlo una realidad.
No todas partimos del mismo punto y las desigualdades son mucho más profundas para algunas poblaciones.
Por eso, cuando hablamos de cuidados y de empoderamiento, no basta con decir que es un tema de “las mujeres”. Es fundamental reconocer los impactos diferenciados por su origen, sus ingresos, su lengua, su color de piel, su contexto. Solo con una mirada interseccional se puede diseñar políticas públicas de cuidados y acciones corporativas que no dejen a ninguna atrás.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

Comments ()