Por Fernanda Guarro*
Capítulo 3: El arte de hacer que suceda
Cuando tocas fondo de una manera tan absoluta, tan cruda, no tienes más que dos opciones: puedes tirar la toalla y decir “no puedo más” o puedes hacer todo lo que tengas que hacer para reconstruirte. Elegí la segunda.
Claro, en ese momento se vale todo, y una parte muy importante para mí fue repasar todo lo que había superado hasta entonces. Sí, quizá fueron episodios no tan duros en comparación con lo vivido ese año, aunque son ejemplos que tú te das a ti misma de que puedes salir adelante y que no todo está perdido.
A partir de 2013, inicié un proceso en el que descubrí para qué me había pasado todo lo que viví y en el que yo decreté que, para mí, de ahí en adelante, todo tenía que ser algo positivo, y que estaba en mí que todo se transformara en algo que me generara lo que yo necesitaba para llegar a donde quería. Así que, en ese proceso, me metí a explorar de todo: que si el psicólogo, que si el chamán, que si el astrólogo, que si el sacerdote. Fui con todo aquel que me ayudara a encontrar las respuestas a mis millones de preguntas. De verdad iba a todo: que si “ve y cuéntaselo a un caballo” o que si “mira, úntate esta crema”, yo le entraba.
El 2 de febrero de 2014 empecé un diario para escribirle a mi mamá todo lo que sentía. Aquel día escribí:
¿Sabes? Por más que lo analizo, aún no lo puedo creer. Tu ausencia es algo que no comprendo. Siento un gran vacío, un hueco, pero a la vez siento que tú vas a volver. La gente me dice que tú estás aquí. ¿De verdad estás? Yo no lo siento. La única vez que creo que te sentí fue el sábado pasado en el panteón, cuando pregunté ‘¿estás aquí?’ y el viento me golpeó la cara. Esa fue la primera y única vez que sentí que eras tú. Estoy muy contenta con la casa. ¡Gracias!
Es curioso cómo el tiempo nos ayuda a reinterpretar el dolor que sentimos. Hoy, cuando leo esas cartas, me acuerdo de lo perdida y abrumada que me sentía. Para ese momento, ya me había mudado de vuelta a mi casa tras la remodelación.
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