Por Flor Aydeé Rodríguez Campos*
En semanas recientes, Javier “Chicharito” Hernández desató una ola de indignación al publicar un video en el que, bajo un disfraz de discurso motivacional, sugiere que las mujeres deben “limpiar, sostener, multiplicar” y que están “fracasando” por erradicar la masculinidad. Lo que inicialmente podría parecer parte de una reflexión sobre “energías femeninas y masculinas” revela, sin embargo, estereotipos ya bastante discutidos que reproducen jerarquías de género y se convierten en violencia simbólica.
Porque sí: las palabras importan. Los discursos no son neutrales. Moldean ideas, legitiman comportamientos y naturalizan desigualdades. No es acaso casual que una figura pública como Chicharito —con millones de seguidores, en un país con graves brechas de género— use su plataforma para responsabilizar a las mujeres del malestar masculino, en lugar de cuestionar las estructuras que nos afectan a todas y todos.
Estas expresiones, como ya mencionaba, son ejemplos contundentes de violencia simbólica: esta es una forma de violencia reconocida por la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Una violencia que no deja marcas físicas, pero sí límites invisibles, silencios impuestos y miedos alentados en lo cotidiano, en los medios, en los chistes y en lo que se dice que “siempre ha sido”.
Y no se trata de incidentes aislados. El discurso se repite, solo cambia el nombre de quién lo reproduce, pues hace algunos días el diputado Sergio Polanco Salaices, del partido Morena en Baja California Sur, afirmó ante colegas y risas: “por algo las han de agredir, porque son medio gritonas”. Estas palabras fueron dichas durante una reunión que tenía el fin de recolectar fondos para un refugio para mujeres víctimas de violencia. Aun en ese contexto, el legislador “bromeó” atribuyendo la responsabilidad de la agresión a las mujeres mismas.
Ese tipo de comentarios no es humor ni descuido: es violencia simbólica institucionalizada. Cuando un servidor público desestima la violencia con un argumento que culpa a las víctimas, está legitimando y normalizando la agresión. Es también una forma de revictimización al silenciar denuncias y reforzar estereotipos que justifican la violencia como consecuencia del comportamiento femenino.
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