Por Fredel Romano
Por años he vivido atrapada en un ciclo que parecía interminable: cuando mi mente entraba en un estado negativo, todo perdía sentido. Me encontraba pensando que, si el dolor iba a regresar, ¿para qué disfrutar las cosas buenas? Era como vivir con la certeza de que la alegría era un préstamo que tarde o temprano me sería arrebatado.
Sin embargo, cada vez que mi depresión bajaba y la claridad regresaba, todo volvía a cobrar sentido. Esa oscilación me hizo preguntarme si lo que vivía era una creencia mía o el resultado de procesos químicos en mi cerebro. Me cuestionaba si dependía de mí cambiarlo con voluntad, o si lo que estaba en mis manos era encontrar la medicina adecuada para que esos pensamientos se transformaran solos.
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