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Por Frida Mendoza

Hace unos días, después de cubrir la jornada de vigilia y luto nacional en el Zócalo de la CDMX para EMEEQUIS tenía claro que quería escribir sobre ella en este espacio. Sin embargo, como toda noticia en desarrollo, el hallazgo en Teuchitlán ha dado más que hablar y pareciera que esa jornada con velas que se replicó en toda la República un sábado por la tarde ya quedó en el olvido.


Claro, es obvio que la investigación tiene que progresar, hay tantas preguntas y respuestas escuetas o desesperanzadoras como lo dicho apenas el miércoles por el fiscal general de la República, Alejandro Gertz, acompañadas de procesos dudosos en la cadena de custodia de las evidencias en el rancho.

Sin embargo, no puedo dejar de pensar en el sábado pasado  y en mi cabeza no deja de resonar la canción de Mercedes Sosa: “solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente…” y pues sí.

Ese sábado en cada plaza pública hubo representaciones del rancho de Teuchitlán a distinta escala. Algunas plazas solo con zapatos y velas, otras con carteles de desaparición y consignas de protesta, y en el Zócalo la cifra oficial de desaparecidos y palabras como “crematorio”, “fosas” o “campo de reclutamiento”. 

El olor a copal y la luz de las velas conforme caía la tarde tampoco los olvido y tampoco olvido esa extraña sensación de un día de muertos que no era fiesta y del que tampoco los familiares tienen la certeza si ya es una persona que murió pero que desde hace tiempo le lloran.

Estos días, conforme las madres rascan y periodistas indagan, más información llega. Los análisis y testimonios sobre las trampas y mentiras con las que muchas personas fueron enganchadas son desoladores y recuerdo uno de los tantos carteles que leí reclamando una verdad absoluta: “buscar trabajo no debería ser peligroso”.

En coberturas periodísticas como ésta muchas cosas pueden ser complejas y en ese mar de certezas inconclusas una es más real, basta suavizar la mirada, observar a detalle y fácil será hallar algún colectivo de búsqueda que esté dispuesto a declarar.

Ese sábado de luto nacional, dos personas que amo mucho me acompañaron y esperaron mientras realizaba mi cobertura, y sé que aunque conocen la realidad del país, estar en las primeras filas de una protesta así donde son tantas las personas que portan una camiseta blanca con el rostro de un familiar desaparecido es imponente. Imponente también escuchar cada testimonio de vidas que cambiaron, porque al final son vidas en un limbo, vidas que se suman a cifras, vidas que duelen. El sábado, al llegar a casa cuando me senté a escribir, los noticieros sumaban nuevos rostros de personas que no han regresado a casa.

Vaya qué es difícil. Es triste y rompe el corazón. Comprendo mucho la elección de tantas personas de apagar los noticieros, pero ¿qué pasa con las más de 120 mil familias que no tuvieron la elección de pensar en la desgracia porque la viven a cada minuto?

Nadie quisiera romperse el corazón con una realidad que nos rebasa desde hace tiempo porque bien decía otro cartel del Zócalo: ya no importa cuándo empezó la crisis, yo solo quiero que esto acabe.

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¿Cuándo se llenará el Zócalo por la indignación? ¿Cuándo se detendrá esta tragedia? ¿Lograremos conocer toda la verdad? ¿Por cuánto tiempo será la noticia principal este hallazgo? 

Ese sábado, vi a unas pocas miles de personas con toda la intención de llenar la plaza principal de la capital mexicana, de dejar mensajes claros frente a Palacio Nacional aunque ninguna autoridad los recibiera.

Dice Vivir Quintana: “Que te duermas sin deberle la justicia a las madres que ahora buscan por ahí…” y yo agregaría: “que el dolor de esta noticia te despierte al fin”. 

Hay mucho por hacer, pero que nunca nunca el dolor nos sea indiferente. 

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@FridaMendoza_

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