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Por Frida Mendoza
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Las urgencias en el IMSS siempre son toda una experiencia. Esta frase que he escuchado y leído tantas veces desde diversos lugares la comprobé hace unos días cuando acompañé a una persona que amo mucho. Acudimos después de un susto y de la sugerencia por parte de paramédicos de ir al Hospital Magdalena de las Salinas porque es el mejor para atender cualquier tipo de traumatismo y descartar lo necesario. Confiamos.

La persona que acompañé no tenía ningún tipo de seguro médico así que cuando entramos, estuvimos de acuerdo con pagar la consulta pues la prioridad era recibir atención. El inicio me emocionó mucho: en menos de media hora avanzó en la fila de toma de signos vitales, una valoración para asignación de análisis y rayos X. Pero después todo cambió, los minutos y la sorpresa por la rápida atención se disiparon y avanzaron las horas, las malas caras y respuestas erróneas que aumentaron el tiempo de espera.

Lo que me tocó atestiguar fue una confirmación de lo que había leído en tantos testimonios que acumulan reportajes: camillas en los pasillos, regatear la atención de los médicos, pacientes acumularse, “consultas” en pasillo, un potente olor a orina perfumando todo el espacio por el uso de “patos” de cartón, gritos de dolor como una cotidianidad para un residente que valora y advierte que se necesitará cirugía, “pero más tarde porque ahorita están saturados los quirófanos”… 

Sé que no estoy descubriendo el hilo negro, pero sin duda vivir en primera fila el rebase de un sistema de salud fue muy triste porque de pronto el deseo de recibir atención médica digna, rápida y humana pareció un lujo no permitido. Cuando cumplimos 12 horas esperando, no sin antes preguntar el por qué nos habían saltado en varias ocasiones y empatizar porque había personas con fracturas, caídas y padecimientos más graves, decidimos desistir y a medianoche nos fuimos para el día siguiente buscar en el sector privado aunque fuera más costoso. Pero ¿y las personas que no pueden decidir?

Hay muchas personas que no pueden decidir acudir a un hospital privado porque eso puede significar un daño irreversible en la economía familiar, entonces toca soportar. Soportar malas caras, soportar la falta de papel o jabón en los baños, soportar quedar incomunicado porque está prohibido pedir un enchufe para recargar tu celular, soportar respuestas groseras, soportar la espera, soportar el dolor.

Pienso en la mamá de una de mis amigas que tras una caída gravísima estuvo en esa misma sala de Urgencias del Magdalena de las Salinas durante dos semanas (y dos más en piso) con fracturas y heridas que los médicos negaron que tuviera y esperó en vano a que la enviaran a cirugía. “No le hicieron nada, después la remitieron a otra clínica donde lo único que tuvo fue oxígeno”, me dice mi amiga que con mucho esfuerzo la llevó a un hospital privado donde fue operada de emergencia y salvó su vida ante el riesgo inminente que tenía de una peritonitis si hubiera permanecido más días así.

Pienso en el libro La austeridad mata de Nayeli Roldán y en el testimonio de una mujer de 36 años con una fractura en su brazo que no era prioridad en el Hospital de Traumatología de Villa Coapa del IMSS. Pienso en la frase “en realidad nadie era prioridad” y el dato: de 2018 a 2021 disminuyeron un 4% las cirugías en el IMSS, es decir, 639 mil 504 cirugías menos.

La realidad es que aún como periodista y persona informada, acudí a un hospital público con el deseo genuino de atestiguar y recibir buena atención, de que hubiera una consulta y una valoración humanizada porque sin salud, nada, pero no se pudo.

El estado del sistema de salud, su saturación, la falta de insumos y personal son indignantes también y siempre alzaremos la voz, recopilaremos testimonios denunciando las faltas porque pese a todo siempre admiraré la labor del personal de salud. Pero queda latente el sentimiento encontrado de escuchar a mujeres mayores reclamarle a los médicos, policías y el personal que “pareciera que no tienen familia o que ellxs están exentos de cualquier mal”.

La vendedora que se fracturó en las escaleras, el albañil que cayó de un cuarto piso, la abuela que tropezó con una banqueta, el hombre que recibió una descarga eléctrica, el joven que se derrapó en su moto camino al trabajo, la maestra que se cayó de su cama, el niño que se accidentó jugando futbol, la señora que se desmayó en el baño… todas, todas las personas merecen atención digna. La deshumanización en la salud no puede ser el pan de cada día.

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@FridaMendoza_

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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