Por Frida Mendoza

Así es, aprendí a la mala. Si hago una recapitulación de todo lo que conozco actualmente de derechos laborales puedo decir que lo sé, principalmente, porque viví experiencias muy desagradables en el pasado y si soy sincera, en este momento estoy profundamente desilusionada, molesta y decepcionada.
Pero, ¿por dónde empiezo? Creo que lo que más me molesta de todo es que si precisamente aprendemos de nuestros derechos laborales “a la mala” es porque no tenemos una educación previa de esa materia en ningún nivel educativo y muchas veces, entre los mismos trabajadores se socializa la idea de no compartir experiencias para protegerse y “no quemarse”, por falta de colectividad o empatía.
Y así llegamos al mundo laboral.
Fue así que en mis inicios en este bello mundo me tocó que el dueño de la primera empresa que me contrató se rió en mi cara cuando respondí que esperaba ganar 8 mil pesos mensuales de salario y me dijo que era mucho por lo que terminé percibiendo 25% menos y cuando se terminó mi contrato, cobrar mi finiquito se volvió un dolor de cabeza, así como aprender la diferencia entre finiquito y liquidación.
Pocos meses después de esa experiencia empecé, por fin, a trabajar en periodismo. Entré y logré sumar experiencia, retos, conocimientos y amistades, pero estrés, lágrimas y malos tratos también. Aprendí a la mala, sí, pero aprendí que los días de descanso oficial se pagan al doble o triple si los laboras, a calcular la prima vacacional, el aguinaldo o la liquidación, a preguntar si en algún momento me darían de alta ante el IMSS, a conocer las fechas del pago de utilidades y el derecho a preguntar como trabajadora si éstas se pagan (porque no son obligación al 100% del patrón de pagarlas), también aprendí que preguntar por ello podía tener consecuencias y tensar más mi relación.
No me quiero extender porque ya he escrito para otros medios de cómo me sentí en ese momento que consideraba un infierno laboral y algunos de los detalles que hicieron darme cuenta que tuve un burnout por la relación tan tóxica que fue.
Duré cinco años ahí y hoy, poco más de tres años después de que dejé La Silla Rota, yo juraba que por fin había dado vuelta a la página pero no, los aprendizajes a la mala continúan.
Hace una semana me cayó el veinte, y lo admito con un poco de vergüenza, que haber recibido mi nómina en dos partes, además de que era desleal por parte de la empresa conmigo como trabajadora, también tenía sus implicaciones fiscales. Es decir: cuando por fin tuve seguridad social (porque mis primeros tres años ahí no tuve seguro y nunca un contrato) comencé a recibir mis pagos de dos cuentas diferentes y por tanto para el SAT eso significaba que trabajaba para dos personas distintas y tenía que declarar.
Vámonos por partes: de acuerdo con el Artículo 150 de la Ley del Impuesto Sobre la Renta (ISR), todas las personas físicas que deben hacer una declaración anual son las que están en el régimen de honorarios, arrendamiento o actividades empresariales, los que tuvieron ingresos anuales superiores a 400 mil pesos o los que trabajaron para más de un patrón durante el ejercicio fiscal.
Varias justificaciones vienen a mi cabeza: era más joven, fueron años de pandemia, creí lo que me dijeron de “agradecer que tenía trabajo”, necesitaba el dinero y aunque sabía que me pagaban así para que cotizara con el mínimo en el IMSS, acepté. Todo en contra, lo aprendí a la mala.
Aprendí más a la mala cuando hace unos días, al momento de regularizar las declaraciones anuales de esos años descubrí que lo que tenía que pagar (por la suma de los recargos) rebasa lo que en ese entonces ganaba al mes. Y no soy la única, muchas de las personas que trabajaron en esos años en el mismo medio han recibido esa notificación por parte del SAT.
Me asesoré con una abogada laboral, ¿había algo que pudiera hacer? Nada, solamente había que pagar esos impuestos, han pasado varios años y efectivamente mi responsabilidad es aprender por mi cuenta que esas prácticas están mal y debía hacer mi declaración.
Desde que supe esto, he hablado con mucha gente y me he enterado de casos en el que hay personas que sus empresas les pagan desde más de cinco razones sociales para evadir impuestos y de algunas otras donde las empresas hacen las declaraciones anuales de sus trabajadores para mantener esos esquemas y otorgar prestaciones al mínimo. En otros casos me he enterado de trabajadores que laboraban en esos esquemas y al pensionarse o fallecer reciben una pensión mínima con la que es imposible mantenerse.
Al escribir esta columna busqué cifras porque ese feeling no se pierde y quería saber si hay datos de cuántos contribuyentes son notificados al año para exigirles que cumplan con sus obligaciones fiscales por trabajar para más de un patrón pero no hay. No hay datos y para saberlo habría que indagar caso por caso.
La recomendación es obvia: no aceptemos trabajos así, coticemos con lo que ganamos, exijamos nuestros derechos y cumplamos con nuestras responsabilidades. Pero, ¿cuáles derechos y responsabilidades si a veces ni siquiera los conocemos? ¿Cuántas personas no se sienten acorraladas y acceden porque es la opción donde pueden ganar mejor?
Sé que la ignorancia en muchos temas es natural, pero en mi caso me duele y me molesta que no me haya imaginado que podría ser posible algo así, y también me parece que al sentir vergüenza por algo que desconocemos y era lógico, no lo compartimos. Hoy lo comparto a pesar de la pena.
Me siento molesta y decepcionada porque trabajar en un medio de comunicación, en un sitio donde se supone que nuestro trabajo es evidenciar injusticias a través del periodismo, viví muchas injusticias. Vaya ironía. Porque querer una prestación de ley implicaba buscar los huecos legales para que me pagaran lo menos.
Aprendí a la mala y por eso escribo sobre las responsabilidades de los medios al comunicar pero también con sus trabajadores porque somos personas. Y no solo de ellos, sino de todas las empresas que utilizan esas técnicas.
Hablar de derechos laborales no debería ser un tabú y con esta columna deseo que haya quienes no lo aprendan a la mala.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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