Por Frida Mendoza
Finalmente, el acoso sexual acaparó los reflectores, la conversación y los debates políticos. La razón, para quien no lo sepa –aunque lo dudo– es la de que la presidenta Claudia Sheinbaum fue acosada, como millones, a plena luz del día, en la vía pública… con la diferencia de que el video que captó el momento, en cuestión de horas, ya estaba en todas partes.
Tristemente, la escena a muchas nos resultó similar, y por lo tanto, repulsiva. ¿Por qué teníamos que verla tantas veces?
En este espacio en Opinión 51 he escrito ya muchas veces sobre el impacto que tiene nuestro trabajo periodístico, en cómo lo comunicamos. He escrito sobre la difusión de imágenes delicadas de feminicidios, en la revictimización y por eso mismo en las más de 24 horas que han transcurrido desde que vi el video de la presidenta viviendo acoso sexual no pude evitar preguntarme qué tan mal está ver a una mujer –sin importar su rango político– siendo tocada sin su consentimiento en primera plana, en reels, tiktoks, tuits y peor aún, memes.
Sé muy bien que Claudia Sheinbaum no es “cualquier mujer”, que es la presidenta, que es una mujer con la que podemos coincidir o no políticamente, que el uso de su caso mediáticamente puede tener repercusiones positivas y negativas en su imagen presidencial, que hay interés informativo y que definitivamente hablar de feminismo y derechos humanos puede usarse a conveniencia política como en tantas ocasiones. Pero también veo y comprendo que seguimos sin dimensionar el papel del acoso sexual en la vida de las mujeres.
Entiendo el disgusto de muchos sectores políticos, la crisis de seguridad y violencia tan gravísima que vivimos y que Claudia como tal tiene un papel protagónico en las decisiones que encaminan a este país, pero al mismo tiempo no puedo comprender cuando la respuesta social recae en preguntas y cuestionamientos revictimizantes al cómo reaccionó ella en el momento y otros más.
Al momento que empecé a escribir esta columna todavía no salía la senadora Andrea Chávez a decir una de las cosas en las que por primera ocasión coincido con ella: no se vale la difusión constante del video de Sheinbaum siendo acosada. Sin embargo, más allá de pensarlo por el valor punitivo de recordarlo como “un delito”, deberíamos pensarlo desde otra perspectiva.
¿Qué habría hecho si esa vez que fui tan vulnerable hubiera sido grabada y expuesta por doquier? ¿Cómo me sentiría? ¿Cuánto tiempo más me habría costado recobrarme?
Sé perfecto que usar el recurso de “imaginemos que fuera tu amiga, tu hermana, tu mamá, tu compañera del trabajo o tú” debería ser algo obsoleto porque a estas alturas, asumir que solo puedes empatizar con el acoso si se trata de alguien que conoces es un retroceso muy triste. Y aún así, al momento de ver el video de Sheinbaum recordé las ocasiones en que en las calles o en el transporte público fui acosada. Muchas de esas veces también me quedé paralizada y tocaron partes de mí que hoy día sé que se podrían catalogar, incluso como abuso sexual.
Nalgadas mientras vas caminando, palabras grotescas al oído, manos en tu cuerpo, partes de otros cuerpos en el tuyo sin consentimiento alguno y escenas horribles de ese tipo de pronto llegan a mi cabeza y también el enojo por las fallas en mi reacción en aquellos momentos. Después, después ya aprendí a responder, a traer una jetota y audífonos mientras camino sola, a monitorear a mis amigas y avisar a dónde voy, a esquivar las multitudes. A protegerte tú porque sino quién.
De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero a septiembre de 2025 en la república se abrieron 25 mil 070 carpetas de investigación por abuso sexual, 8 mil 704 por acoso sexual y 2 mil 343 por hostigamiento sexual. Sin embargo, esos son los casos denunciados y llevados hasta Ministerios Públicos, pero existe la cifra negra y es altísima pues según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública publicada por el Inegi en 2024, en delitos sexuales la cifra negra es del 99.7%. ¿La razón? La desconfianza en las autoridades, el miedo a represalias y revictimización.
¿Qué pasa entonces cuando la mujer con mayor poder en el país también es acosada y revictimizada mediáticamente? Hoy, más que nunca, urge que pensemos en lo que publicamos, cómo lo publicamos y por qué lo publicamos. En el impacto que tendrá en las demás, en el poder de nuestras palabras cuestionando la reacción de la presidenta, ¿qué mensaje nos queda a las demás?
Sí, Claudia Sheinbaum no es cualquier mujer, es una mujer con poder y fue acosada. Pero al ser una mujer con poder podría haber cambios. Lo nombró como acoso, habló de denunciar y de tipificar el delito. Habló de revictimización en medios –específicamente en la portada de Reforma que reprodujo la imagen en primera plana– y ahí es cuando pienso en lo interesante: la difusión de un hecho violento o de abuso, efectivamente, no debería ser usado por medios ni por autoridades, cosa que Sheinbaum y sus secretarios han hecho para dar un paso a paso de feminicidios y entonces también hemos visto cuerpos de mujeres siendo llevados, imágenes detalladas de homicidios y de muchos casos más filtrados desde fiscalías y policías a medios.
La cuestión es pareja y si hablamos de la presidenta, hablamos de todas las víctimas de violencia y de delitos sexuales en este país. Lamento mucho haber atestiguado la vulnerabilidad de Sheinbaum, lamento mucho la vulnerabilidad y falta de empatía ante el acoso, lamento mucho la vulnerabilidad que reviví en mi propia historia.
¿Será este un parteaguas?
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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