Por Frida Mendoza

Imagina que todo el tiempo viajas con una maleta con rueditas. Un día sales de tu casa, no hay elevador en tu edificio, ok, tú puedes cargarla en lo que bajas los pisos de tu departamento hasta la calle. Estás en la banqueta y empieza la travesía.

Va a ser práctico, piensas, “solamente hay que deslizar las ruedas en el camino, no voy a cargar tanto”. De pronto te das cuenta que es una mentira, estás caminando un poco más lento, entre el peso y el mal estado de las banquetas de la Ciudad de México no estás avanzando tan rápido como creías.

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Banquetas hacia arriba, banquetas hacia abajo, banquetas rotas, banquetas abiertas y banquetas con mucha tierra porque las están remodelando.

Y no hablemos de las rampas, algunas empinadas, otras mal hechas, otras obstruidas. No hay problema, dices, toca desafiar a la ciudad y nada puede detenerte, entonces pasas en espacios pequeños, cargas tu maleta con rueditas y sigues avanzando. Al fin llegas al transporte público, esta vez viajas en Metrobús y no tuviste que subir o bajar escaleras en el Metro ¡qué suerte! 

Pero te toca un nuevo reto: saliste en hora pico y no puedes colarte en un hueco pequeño para entrar al Metrobús pues en esta ocasión no estás solo tú, está tu maleta con rueditas. Esperas uno, dos, y al fin logras entrar, sientes lo apretado que está el espacio pero ni modo. La gente a tu alrededor se ve incómoda también. Si no fuera por tu maleta con rueditas, una persona más entraría, qué estorbosa te hacen sentir.

Llegas a tu parada, es la primera porque hay que trasbordar, cruzas corriendo Insurgentes porque el semáforo para peatones es el mismo que el de los automóviles y no sabes si te darán el paso, luego cruzas un tramo frente al Senado, esa parte de Reforma es tranquila pero hay que cruzar a toda velocidad también, más vale no confiarse. Pudiste hacerlo pero a ratos cargaste tu maleta con rueditas y en otros momentos la arrastraste. Finalmente esperas el siguiente Metrobús en una fila inmensa, piensas que, si apenas si cabes en la fila, queda una gran duda si podrás caber dentro de ese metrobús más pequeño y angosto.

Finalmente, llegas a tu meta. Para llegar a ella cruzaste “a la mexicana” porque los pasos peatonales estaban muy lejos y se hacía tarde, cargaste la maleta con rueditas porque sino corrías más riesgo, pero finalmente llegaste pues tomar un Uber o cualquier taxi de plataforma era impensable por el costo. De regreso, tendrás que irte en Metro pero ese es problema de tu yo del futuro.

Hace unas semanas se conmemoró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad y aunque tenía ganas de publicar para esa fecha ese recorrido que hice hace unos meses pensé también que cualquier fecha es importante para poner sobre la mesa una y otra vez estas reflexiones.

¿Qué pasa cuando no eres tú llevando adicional y extraordinariamente una maleta con rueditas o un carrito de super por el mandado y más bien eres una persona que tiene una discapacidad motriz que para movilizarse requiere de una silla de ruedas, andadera o bastón? ¿O si tienes que llevar a tu bebé o hijxs en sus sillas de ruedas o carreolas? 

¿Cuál es la verdadera accesibilidad? ¿Si así se batalla en la Ciudad de México, qué tanto se batalla en otros estados de la República?

Bárbara Anderson lo ha escrito muchas veces aquí, las personas con discapacidad no son una minoría, son un grupo poblacional enorme. Cifras del Inegi revelan que 8.8 millones de personas mayores a 5 años tienen una discapacidad en México. Otras cifras como el 46% de las personas con discapacidad asistiendo a la escuela en todo el país o que el 16.4% de la población total de la Ciudad de México tienen una discapacidad deja mucho, muchísimo que pensar.

Pareciera que tenemos que ponernos en los zapatos -o en este caso, en las ruedas- de otras personas para poder empatizar y exigir los derechos que todas las personas: andar libremente por las calles sin importar qué necesiten para moverse.

La accesibilidad es un derecho, según lo demuestra la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad en su artículo 9. Además, organizaciones como Libre Acceso A.C. destacan la importancia de asociar la accesibilidad con adecuaciones que vayan más allá de rampas, elevadores y puertas anchas.

Hablar de accesibilidad y autonomía (y cuidados, pero ese ya es un tema más extenso) es importante de recordar hoy y siempre y si tenemos manera de incidir, tal vez, solo tal vez, pensemos cómo sería nuestro andar diario con una maleta con rueditas.

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@FridaMendoza_

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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