Por Gabriela Gorab*
Ser católica va más allá de los rituales, la devoción y la fe en lo divino. En su núcleo, la vida católica está marcada por una estructura de poder, dogmas y tradiciones que, aunque ofrecen consuelo espiritual y comunidad, cargan con sombras históricas y emocionales. En el corazón de muchas mujeres católicas, habita una lucha silenciosa: la tensión entre la entrega y la autonomía, entre la fe y el deseo, entre el deber y el cuestionamiento. Esta dualidad resuena profundamente en la mirada de la Iglesia actual, especialmente tras la elección del Papa León XIV, el primer Papa estadounidense, quien ha expresado su deseo de reformar la institución eclesiástica.
León XIV ha destacado en sus primeros discursos su intención de acercar la Iglesia a las realidades del mundo moderno, subrayando la importancia de una mayor inclusión, especialmente de las mujeres. En sus palabras, la Iglesia debe ser un reflejo de la misericordia y la compasión, y ha mencionado que su liderazgo buscará tender puentes entre la doctrina y los desafíos contemporáneos. Sin embargo, su declaración sobre el rol de la mujer en la Iglesia sigue una línea tradicional, reafirmando que la ordenación femenina no es parte de su visión de reforma, sino que se deben buscar otras formas de inclusión que respeten el orden clerical. Esta postura refleja una contradicción fundamental dentro de la estructura eclesiástica: por un lado, se reconoce la necesidad de adaptación y apertura; por el otro, persiste una resistencia a transformar profundamente las bases de poder y autoridad.
El lado oscuro de ser católica, especialmente para las mujeres, se manifiesta en la carga persistente de la culpa. Desde temprana edad, se enseña a las fieles a identificar el pecado en lo cotidiano: en sus pensamientos, en sus cuerpos, en sus deseos. Este aprendizaje genera una autoimagen fracturada, donde la búsqueda de placer, libertad o incluso amor propio es vista como amenaza a la pureza. En este contexto, la espiritualidad se convierte más en un terreno de autocensura que de expansión. El Papa León XIV, a pesar de su enfoque en la misericordia, también enfrenta el reto de cómo la culpa y el juicio continúan permeando la práctica católica. Sus esfuerzos por reformar la Iglesia y hacerla más humana podrían aliviar parte de esta carga emocional, pero la estructura doctrinal sigue siendo un obstáculo significativo.
La lucha entre obedecer y cuestionar también se mantiene vigente. La fe católica valora el respeto a la autoridad, al dogma y a la tradición.
Pero ¿qué ocurre cuando el corazón de una mujer late por preguntas que no tienen cabida en el catecismo?
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