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Por Heredera Romanov

En un reino que se volvió sucesivamente bálsamo, circo y crónica televisiva, la corona brillaba tanto como la memoria exigía olvido. Hubo un tiempo en que los libros se colocaban en bibliotecas reales, pero ahora parecen ocupar el sitio de los cofres vacíos: ornamentales. Si tuviéramos que escribir un libro titulado “Cómo este reino pasó de un rey absoluto a una heredera que aún culpa al pasado, a los otros reyes, a los opositores…”, lo adaptaríamos al estilo de estas comarcas políticas mexicanas, donde el pan prometido se transformó en selfie, en mitin, en tuit, mientras el pueblo esperaba.

Imaginemos al soberano —ahora ex—, instalado en su trono de graffiti mediático, preguntándose si la lectura de una sola página de la historia se le revelaría como discrepancia. Y su sucesora, con cetro prestado, contempla la pila de libros que repartió en los mítines: ediciones gratuitas, sí, pero abiertas como cascarones vacíos. Un programa noble: 2.5 millones de libros serán entregados en América Latina. Pero ¿cuántos súbditos los abrirán, cuántos los leerán, cuántos se verán reflejados dentro y no meramente admirarán la portada?

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