La configuración de un circo para el rey

El rey consiguió su cometido: no había almuerzo, conversación en la plaza pública o merienda en los hogares del reino en los que no se hablara del mensaje del día.

La configuración de un circo para el rey
Heredera Romanov

Una mañana fría, de esas en que parece se acomodan bajo las sábanas sin querer salir, el rey despertó con una idea que le parecía dar calidez al gélido entorno. No era extraño que despertara con nuevas ocurrencias; muchas de ellas las comunicaba y pedía ponerlas en planes que no se cumplían nunca, pero no siempre las ejecutaba.

Los habitantes de su reino, que apenas lo recibían en su mandato, estaban sedientos de buenas noticias que les hicieran pensar que llegaría la prosperidad después de décadas de saqueos de las cabezas de las monarquías anteriores. Confiaban en la real majestad para recobrar el rumbo perdido y traer pan y esperanza a los que no tenían nada.

–Tengo una idea –le dijo el rey a su ministro de más confianza–: todas las mañanas convoquen a los representantes de las distintas castas y demás súbditos a una presentación para que escuchen mi mensaje; vean a algunos de ustedes actuar en escena sobre distintos temas y propaguen así lo ocurrido por todo el territorio de manera diaria.

–¿Se refiere a incorporar un circo aquí en el palacio? –le completó el ministro.

–Exacto, en ese espacio del teatro. Los vacíos se llenan; tenemos que llenar ese vacío que hay en la cabeza de nuestros gobernados, tenemos que darles historias para que hablen de ellas durante el día: cuestionamientos, noticias, ideales... Solo así no tendrán la idea de que estamos presentando logros. Traigan a un bufón, por favor.

–Y, ¿de qué va a hablar o qué haremos los ministros?

–Hacer sonreír a los asistentes presentando buenos números de las cosechas, de la producción de ganado, de los resultados de las pequeñas guerras fuera de nuestro Estado. Aunque no sean reales: llenen vacíos; insisto: den de que hablar. Diré frases polémicas, lanzaré improperios, pronunciaré cosas que no tomaré en serio, anunciaré cambios que no se realizarán, pero que generarán quejas o aplausos; inventaré una forma nueva cada día de hacer que hablen de mí y mi gobierno. Construiré enemigos imaginarios, les pondré apodos, les responsabilizaré de complots no confirmados. El bufón del día complementará el espectáculo. Llenaré vacíos en las sobremesas y las columnas de la prensa, y las aulas y el bullicio en las plazas de las aldeas. Hablarán, hablarán de mí diario.

La primera mañana las sillas se dispusieron como en un teatro frente al escenario a donde bajaba el rey con el monólogo preparado para la ocasión.

Así pasaron los días, las semanas, dos, tres años.

El rey consiguió su cometido: no había almuerzo, conversación en la plaza pública o merienda en los hogares del reino en los que no se hablara del mensaje del día. Algunos a favor y otros en contra, pero siempre alrededor de su figura.

Uno de esos días de circo en el castillo una asistente saltó las trancas utilizadas como corral protector para aislar a la real majestad y alzó la voz, una voz fuerte y clara:

–A usted lo que le gustan son las alabanzas, y no habla con la verdad –dijo la mujer que se levantó de entre los asistentes para participar.

El rey se quedó boquiabierto al descubrir que su séquito de cuidadores había permitido que se infiltrara al circo alguien que no estaba plenamente identificada a favor de su reinado.

Respiró hondo unos segundos mientras mantuvo las cejas alzadas a su auditorio.

–¿Es todo? –le contestó el rey para luego continuar el espectáculo diario que, a su sentir, era aclamado por el pueblo.

Esa noche se fue a descansar a sus aposentos con el gesto de un mimo al que alguien le roció un balde de cloro en el rostro.

@HerederaRomanov

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