La censura en los tiempos coléricos de la 4T. La peor en las últimas dos décadas

Desde la Presidencia existe una política de censura a todo aquello que AMLO considera adverso a sus intereses.

La censura en los tiempos coléricos de la 4T. La peor en las últimas dos décadas
Por Anabel Hernández

Dice el Presidente Andrés Manuel López Obrador una y otra vez que la censura ha desaparecido de México, que no existe más. Sus siervos repiten la frase, pero la realidad es que México vive una de las épocas más peligrosas de ésta nociva práctica instaurada desde los tiempos de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y que cada presidente en turno ha copiado a modo suyo sin distingo de partido político e ideología.

AMLO ejerce cotidianamente la censura directa e indirecta contra medios de comunicación, periodistas y comunicadores que emiten información u opiniones que considera adversas a sus intereses. La nueva y perversa modalidad es que ahora esa censura, cada vez más violenta, la ha extendido hacia intelectuales, académicos y organizaciones civiles defensoras de derechos humanos. Y peor aún, ahora la ejerce contra ciudadanos de a pie como ha ocurrido con los insultos  del Presidente contra quienes pacíficamente se movilizaron el 13 de noviembre contra la reforma electoral que busca eliminar la existencia del Instituto Nacional Electoral y pretende crear una especie de monopolio electoral que esté controlado por el poder Ejecutivo y el partido mayoritario, en este caso él y el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).

La censura por parte de quien ejerce el poder es una manifestación de miedo, esa es su natura, y es el termómetro que mide el temor presidencial. Aquí planteo una breve radiografía de ésta en los tiempos de la llamada Cuarta Transformación (4T).

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Llevo 3 décadas ejerciendo el periodismo en México- más de la mitad de mi vida-, con todos los riesgos y vicisitudes que implica esta profesión en el país más peligroso del mundo para ejercerla, según las cifras de la UNESCO correspondientes al 17 de noviembre de 2022 publicadas en su observatorio mundial de periodistas asesinados.

El periodismo independiente y responsable obliga a una revisión puntual, en tiempo real y sin concesiones, de los poderes legales e ilegales que inciden en la vida cotidiana de los ciudadanos. En un país como México con los niveles de por corrupción, violación a derechos humanos, abuso de poder, impunidad e índices de criminalidad, ejercer ese tipo de periodismo siempre es incómodo al poder. No hay forma de quedar bien con nadie y forzosamente debe ser así porque la información tiene como único objetivo dar instrumentos al ciudadano y empoderarlo para que pueda tomar decisiones informadas y libres. De eso se trata la libertad de expresión y el ejercicio de ésta.

Durante los últimos 22 años en específico me he enfocado en investigar al presidente en turno. Dado el régimen en el que vivimos el poder Ejecutivo es la punta de la pirámide del poder político en México y de la toma de las decisiones que más impacto tienen en la población. Y así como el régimen político en México es piramidal, también lo son la corrupción y prácticas que atentan contra la democracia, se deslizan de la punta hacia abajo y penetran en los otros niveles de poder.

Por la carga histórica de México, aunado a factores culturales arcaicos, está aún penetrada la concepción social de que el presidente en turno es una figura intocable, una especie de patriarca a quien por ende se debe obedecer y no cuestionar. Desde mi experiencia ésta es una concepción que no tiene que ver con estrato social o económico, sino como una visión sumisa intrínseca hacia el poder.

El poder del sistema presidencial aumenta peligrosamente cuando quien lo ejerce alimenta un culto a su persona. En México esa propensión del presidente y gobernadores de hacer creer que son ellos el centro del Estado y no un instrumento, de facto les provee de facultades metaconstitucionales y alienta los excesos sin importar el partido político, ideología y religión.

Es el propio concepto de figura presidencial en México la que de origen está desviada y para pensar en una democracia moderna es necesario desmantelar el mito presidencial.

A lo largo de mi ejercicio periodístico y aprendiendo de experiencias de democracias más maduras y modernas que la nuestra, he buscado que el poder presidencial y todo lo que lo rodea, incluyendo sus familias, rinda cuentas en tiempo real, sea quien sea. Solo así los ciudadanos tienen oportunidad de exigir que se corrija el rumbo del país a tiempo.

Desde el  caso de corrupción presidencial denominado toallagate, a inicios del sexenio de Vicente Fox, el primer presidente emanado del PAN; pasando por Felipe Calderón y las investigaciones de la complicidad de su gobierno con el Cártel de Sinaloa a través de Genaro García Luna entonces Secretario de Seguridad Pública Federal; hasta las revelaciones de que Enrique Peña Nieto (PRI) fue directamente cómplice de quienes fabricaron la falsa “verdad histórica” en el caso de Ayotzinapa, he cuestionado el  abusivo ejercicio del poder presidencial.

Mis investigaciones han sido censuradas en esos tres sexenios: se presionó a los medios de comunicación donde trabajaba y se me cerraron los espacios de difusión. En el caso de García Luna éste fraguó junto con otros policías corruptos un atentado de muerte en mi contra en represalia por mis investigaciones. Pero mi caso es uno pequeño en medio de cientos de periodistas que han dado su batalla desde sus propios espacios y temas de interés. En esa lucha desigual contra el poder Ejecutivo, el gobierno y los poderes criminales muchos periodistas han muerto, han sido amenazados, despedidos de sus empleos o han tenido que irse al exilio. Nadie nos ha regalado la libertad de expresión, la hemos conquistado los ciudadanos a sangre y lágrimas. No será ningún pequeño presidente- por más grande que quiera aparentar ser-, quien pueda adjudicarse esa conquista ni quien pueda arrebatarla.

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En los tiempos de la 4T han aumentado los homicidios de  periodistas en todo el país, siendo esta la forma de censura más violenta y radical. De acuerdo a la UNESCO en 2020, 2021 y 2022 México es el país con más periodistas asesinados en el mundo, incluyendo un país en guerra como Ucrania. La gran mayoría de los homicidios están impunes.

De acuerdo al reporte de dicho organismo en particular el 2022 ha sido el periodo más mortífero de los últimos 22 años, incluso más que las etapas más violentas de los sexenios de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto. Con Calderón la cifra máxima anual fue de 9 asesinatos (2010 y 2011), y con Peña Nieto 13 (2016, 2017 y 2018).

Al igual que sus antecesores AMLO utiliza el intercambio de favores, contratos de publicidad y lisonjas para domesticar a medios de comunicación y periodistas quienes son sumisos al poder por convicción propia o por conveniencia económica. Para ellos no hay censura abierta, solo se les exige la ignominia.

Pero como el Presidente sabe que hay una decorosa cantidad de medios, periodistas y comunicadores que no se someten ni con dinero, ni con favores, ni con lisonjas, ni con amenazas, desde Palacio Nacional  AMLO encabeza la ley del garrote. Cotidianamente da una brutal y agresiva embestida a medios de comunicación, periodistas y comunicadores que cuestionamos su gobierno, políticas públicas, y a su partido MORENA. En un claro ejercicio de censura en su conferencia de prensa matutina  a través de insultos, escarnio, mentiras e información sacada de contexto, el Presidente ataca a todos aquellos que emiten información u opiniones que él siente son contrarias a sus intereses.

Esta modalidad de censura que ejerce el mandatario es particularmente peligrosa porque por una parte busca condicionar la opinión de los ciudadanos y presionar para que no sean receptivos a información que lo cuestione. Pero por otro lado envía el mensaje de que los periodistas son enemigos del Estado y da carta blanca a intereses criminales para asesinarlos.

Entre más furiosos son los descalificativos e insultos a los periodistas, más periodistas han sido asesinados. Ahí hay una ecuación, hay una correlación, sobre todo después de junio de 2021 con la inauguración en sus conferencias matutinas de la sección “Quién es quién en las mentiras”, encabezada por la inquisidora de la 4T Elizabeth Vilchis, una empleada de López Obrador. Espacio que se ocupa sin recato para atacar a periodistas y medios de comunicación. Meses después el año 2022 ha sido en el que más asesinatos de periodistas se han registrado en los últimos 22 años.

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Esa misma agresividad, esa misma violencia, AMLO la traspasó contra miembros de partidos de la oposición. Y luego siguió con ataques contra intelectuales, académicos y escritores. Un ejemplo son los violentos ataques contra la politóloga Denise Dresser, blanco constante de su rabia. La campaña de odio del Presidente rindió sus peligrosos frutos cuando el 2 de octubre pasado un grupo de personas que se dijeron simpatizantes de AMLO la agredieron verbal y físicamente en el Zócalo de la Ciudad de México.

Otro caso es el del escritor Juan Villoro. En su conferencia de prensa que es difundida por prácticamente todos los medios de comunicación formales en México AMLO acusó al prestigiado escritor de: “acomodaticio, simulador y blandengue”, sólo porque emitió una opinión que no favorecía al gobierno federal.

Sin duda parte de esta situación de censura fue lo ocurrido con la presentación del libro “El Rey del cash” escrito por Elena Chávez en su calidad de testigo y periodista. Un libro que revela el  esquema ilegal de uso de dinero público y privado creado por AMLO y su equipo de colaboradores más cercano para financiar su llegada al poder.

La fecha de presentación del libro era el 9 de noviembre pasado en la Ciudad de México, estarían presentes Elena Chávez y yo, como autora del prólogo. Nunca antes me había ocurrido, ni siquiera en la presentación de libros como La Familia Presidencial (2005), Los cómplices del Presidente (2008),  Los Señores del Narco (2010), ni La Verdadera Noche de Iguala (2016). Ocurrieron otros tipos de censura, sin duda igual de graves que los que ocurren ahora, pero no en esta nueva modalidad. En tres ocasiones fue cancelado el espacio que la editorial Penguin Random House había rentado para el evento, pese a que los tres se habían comprometido a facilitar el espacio. El primero fue el World Trade Center, habían dicho que sí pero en cuanto se hizo pública la presentación cancelaron sin ninguna explicación.  Así ocurrió subsecuentemente con la librería El Sótano y un salón del hotel Camino Real.

Es evidente que hubo censura: fue presión por parte de algún ente del gobierno federal, o los propietarios de dichos establecimientos cuando se enteraron que los estaban alquilando para el evento se autocensuraron para no ser víctimas de la furia presidencial, o tuvieron miedo que llegaran huestes de AMLO para atacar el inmueble.

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La censura es una manifestación de temor, esa es su natura. Y es justamente por eso que cada vez que AMLO la aumenta, se incrementan los signos de que nuestra frágil democracia está en peligro.

Sin duda la más cobarde y dañina de la censura que ejerce el Presidente es la que dedica contra los ciudadanos de a pie. Los insulta cada vez que no votan por su partido, como ocurrió en tras los resultados electorales de 2021 en la Ciudad de México donde Morena perdió su mayoría aplastante. Lo hace ahora cuando agrede a los ciudadanos que marcharon el domingo pasado para exigir que no se desaparezca al INE y quienes pacíficamente gritaron a todo pulmón en el monumento a la Revolución “¡No al autoritarismo!”  “¡Sí a la democracia!”.

AMLO acusó a cada uno de los manifestantes de ser “simuladores”, “rateros”, “clasistas”, “racistas”, y un largo etc. Lo hizo antes de la marcha esperando asustar a los ciudadanos con saliva y desalentar la participación,  y lo hizo después cuando vio que la estrategia del miedo y la división no le funcionó. ¿Qué hará cuando vea que su censura verbal no le funciona? Ahí está el mayor riesgo, y es por eso que el presidencialismo en México debe ser replanteado de fondo, y es por eso que los periodistas debemos seguir haciendo nuestro trabajo obligando al poder a rendir cuentas.


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