La democracia, ingrediente clave para proteger a la Tierra

Cuando estudié éramos los locos, los hippies, los que considerábamos que no podía haber desarrollo económico sin conservación. Hoy está visión es compartida por múltiples ciudadanos.

La democracia, ingrediente clave para proteger a la Tierra
Andrea Sáenz-Arroyo

Fui alumna de la preparatoria “Eugenio Garza Sada” en esta ciudad, Monterrey, cuando solo un puñado de jóvenes discutíamos: ¿cómo se vería un mundo mejor? Me enrolé en las filas de un movimiento que buscaba impulsar en México una democracia real, no esa democracia donde parecía que las elecciones eran solo una fiesta para celebrar al candidato que había elegido el presidente en turno.

De aquí salí a vivir a la Sierra Norte de Puebla a una comunidad indígena, después a Baja California a estudiar Biología Marina y al Reino Unido a estudiar mi maestría y doctorado en Economía y Medio Ambiente pensando que la lucha por la democracia sería solo un capítulo más en mi vida. Pero no…

Rápidamente descubrí que defender el derecho de los pueblos pesqueros a pescar, el de los maricultores a cultivar el mar, de todos nosotros a mirar y gozar el mar y sus criaturas, el derecho de todos los ciudadanos globales a vivir en un planeta capaz de regular su temperatura, todo, todo tiene que ver con las formas con las que perfeccionamos y hacemos evolucionar nuestra democracia.

El reconocimiento que recibí por parte de Opinion 51 y Bayer en la Feria Internacional del Libro de Monterrey por mi investigación sobre cómo las sociedades humanas nos podemos incorporar mejor a los ciclos de la Tierra se resume en un reciente libro que publiqué en marzo del 2022, Un mar de esperanza. Éste es un compendio de historias de diversas partes del mundo donde los ciudadanos han decidido con determinación que el desarrollo económico va de la mano con cuidar los ecosistemas, y que es fiel testimonio de que el secreto para preservar la naturaleza está justamente en la inclusión; en quienes deciden qué es desarrollo, qué es bienestar y qué no. En nuestra capacidad para utilizar la inteligencia colectiva para preservar el patrimonio natural que nos pertenece a todos.

Cuando estudié en Nuevo León éramos los locos, los hippies, los que considerábamos que no podía haber desarrollo económico sin conservación. Hoy está visión es compartida por múltiples ciudadanos que –como los que relato en el libro– todos los días dan la batalla por conservar los ecosistemas con los que coexisten. Esos ciudadanos, multiplicados ahora por todo el territorio, por todo el globo, esos ciudadanos son en sí El Mar de Esperanza, y a quienes les dedico con mucha gratitud el reconocimiento y, por supuesto, el libro publicado.

@a_saenzarroyo

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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