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A veces pienso que salí tarde, cuando me comparo con quienes salieron a los 15 o 20 años. Otras estoy convencida de que salí a tiempo, cuando pienso en quienes salen a los 50 o 60 años. Y en ese ir y venir de pensamientos en el fondo hoy sé que abrazar tu sexualidad es un proceso tan íntimo que no es una carrera y que tampoco hay principio ni fin. Lo que sí hay es ese acto de valentía con el cual te das a ti misma el permiso de vivir, más allá del pensamiento y la imaginación.

Abrirme como tal fue un acto también gradual, primero interno, desde estar cómoda con atreverme a pensar en la posibilidad de desear algo diferente. En ese entonces, la falta de modelos a seguir que no formaran parte de la heteronormatividad en México y, por consecuencia la búsqueda de ellos en el extranjero, me hacía creer que esa posibilidad era muy lejana para mí. Una noche decidí abrirme con mi hermana y al poco tiempo con un par de amistades, compañerxs de trabajo; mucho después con mi mamá y por último con mi hermano.

Desarmar la idea de que para ser aceptada, querida o amada no fue fácil. Durante años me ahogaban los pensamientos que me decían que abrirme equivaldría a un rechazo total de mi ser y existencia en el mundo. Ser abierta ha sido un proceso que me ha regalado la oportunidad de reconocerme entera, de abandonar por completo la idea de que la vida se vive cerrada. A medias.

Aprendí a ocultar una parte mía, disfrazarme para pertenecer en lo de toda la vida. Significaba ser alguien que no soy, hablar de forma y temas limitados; en ocasiones permanecer totalmente callada, pues creía que de hacerlo correría el riesgo de dejar de ser bienvenida. Como si existieran tres cuartos de mí en cada espacio que habitaba, incompleta. Un rompecabezas totalmente armado, pero con defecto de fábrica, sin una pieza. Una imagen perfecta, perfectamente incompleta.

Llegó a pasar por mi mente que si es que algún día me atrevería a hacerlo sería el día que mi mamá no existiera en este plano para ahorrarle la pena de también tener que salir por mí en las conversaciones con sus amigas.

De acuerdo con las tradiciones del hinduismo, el segundo chakra tiene como misión llevarnos a casa. Habla de un punto energético que nos conecta a nuestra expresión más auténtica y es ahí donde convergen nuestra energía creativa y sexual. Según el hinduismo, si este chakra no está alineado podemos llegar a sentirnos desconectadxs de nuestro propósito de vida. Cansada de sentirme desconectada de mí, me di cuenta de que se me estaba yendo la vida al estar conectada a las ideas que lxs otrxs pudieran tener sobre mis decisiones, mi vida y la normativa alrededor del deseo y el amor. El día que decidí gritarlo abiertamente a los cuatro vientos solté los mil hilos imaginarios que sostenía, cada uno de ellos ligado a las opiniones de terceras personas acerca de cómo se debe ver una mujer exitosa.

Recuerdo cuando mi mamá me dijo: “Es la última vez que te da miedo compartirme algo que a ti te haga feliz. La idea de felicidad que yo tenía para ti era otra, pero hoy sé que mi idea de felicidad para ti es aquella que te haga completamente feliz”. Reconozco que he tenido suerte, no todas las historias son así. Quiero compartirla con la esperanza de que si alguna madre lee esto quizás decida reescribir la relación que tiene con sus hijxs. Hoy no me imagino no compartir esta parte de mi vida con mi madre.

Confieso que el día que salí lo hice por la necesidad de reconocerme frente al espejo después de vivir una relación de cuatro años a escondidas ante el mundo de mi pareja en ese entonces. La escritora Sara Torres escribe: “Sólo el presente puede ser el tiempo del amor”, y quizás esa frase sea la que hoy sostiene para mí lo que implica ser abierta. Hoy entiendo que no necesitaba la aceptación de otrxs, buscaba ser fiel a mis emociones en un mundo que se encarga de dejarlas en un plano secundario a cambio de un picture perfect creado por todxs excepto tú.

No han pasado ni 10 años desde que decidí ser abierta. Para mí, ser abierta es una declaración de amor incondicional, de amor propio en un mundo que dicta qué, cómo y a quién debemos desear y la esperanza de que el día de mañana ni una persona tenga que morir de miedo por querer diferente. Por amar.

Cuando murió mi abuelo encontramos junto a su cama en el hospital un escrito en que se leía: “Como nadie quiso morir mi muerte, no dejé que nadie viviera mi vida”. Abrirme entonces también es decirle al mundo que he apostado por mí, mi verdad, mis sueños, mis deseos y mi capacidad de sentir y ser amor. Me hubiera gustado que mis abuelxs también me conocieran así, libre y completa.

@barbararredondo

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