Por Brenda Macías
En el inicio del siglo XXI en la ciudad donde nací, Saltillo, Coahuila, no tuve oportunidad de ir a un festival del Día del Amor y la Amistad en el que se me convocara a participar en charlas y talleres para desmitificar al amor romántico, ni a pláticas para promover el uso del condón interno, ni para haceme las pruebas para detención del VIH y ETS, ni para el examen papanicolau, ni para dialogar abiertamente sobre las diversidades y disidencias sexo genéricas.
Al contrario, en aquellos años, en el bachillerato y en la universidad, mis amigas y yo celebramos que el amor todo lo puede, que lo más importante era encontrar una pareja (sexoafectiva) exclusiva para toda la vida, que algún día llegaría el príncipe azul o que el sapo se convertiría en príncipe, que hay que vaciarnos para la que la pareja se sienta feliz, que la monogamia significa lealtad, que lo más importante era poner la otra mejilla si la pareja te atacaba, que nuestro destino era encontrar a la media naranja, y que sólo un príncipe nos podría despertar del sueño y protegernos en un castillo para que nada nos lastimara.
Incluso, el día 15 de febrero, los compañeros y profesores celebraban el Día de la Mujer Mexicana, pero no en el sentido que le dio Maruxa Villalta para impulsar la igualdad de género en México, sino para prolongar los piropos y los homenajes a la feminidad. Incluso, las flores y los regalos del “amigo” sorpresa se prolongaban hasta el 8 de marzo cuando conmemoramos el Día Internacional de las Mujeres, pero, ellos, los onvres, nos llenaban de felicitaciones porque las mujeres tenemos el privilegio de gestar y de ser cuidadoras.
El binarismo de género era la constante.
Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, dice la canción de Chico Che. Aunque yo siempre quise estar con nenes, nenas y nines, al mismo tiempo. Pero, entonces (y ahora), ser bisexual y, por si fuera poco, ser NO binaria era cosa de gente rara, desviada: non grata.
En el 2 mil me sentía excéntrica, incluso mi apodo era Merlina, no solo por el parecido físico que decían que guardaba con Cristina Ricci, sino porque era una alien, una chica que no cabía en ningún sitio. Una habitante del Mundo Zurdo, diría la feminista tercermundista y chicana Gloria Anzaldúa. Desde ese lugar no entendía de dónde venía mi tristeza, pero me sentía vacía, fuera de sí y carente de afecto.
Luego de muchas batallas frente al desamor y de años de terapia, puedo nombrarme con menos temor y autocuidado. Y celebro que la llamada generación de cristal (me choca ese mote) esté revelando que las millenials y generaciones más lejanas fuimos educadas emocionalmente en el contexto del amor romántico y hemos musicalizado nuestras relaciones románticas con letras de JuanGa, Lupita D’Alessio y Los Ángeles Negros. Obviamente Shakira va aquí. Y no digo que esté mal, solo creo que el pop ha hecho odas al sufrimiento, en lugar de hacer monumentos al amor pleno, compasivo y libre.
Escribo porque estoy en camino hacia la deconstrucción.
Por las laderas de esta montaña rusa me he topado con obstáculos internos y externos que no me permiten avanzar tan rápido como quisiera. Incluso, confirmo que los retrocesos han sido la constante porque tengo en la médula las lenguas viperinas del patriarcado y las violencias. Pero aquí voy. Mis ancestras, chamanas y otres maestres de la vida me acompañan para no desfallecer en la carrera.
Finalmente, esta reflexión llegó a mí luego de que asistí al Festival Amor Es que se realizó en Las Islas de Ciudad Universitaria de la UNAM. Con mis estudiantes, prestadoras de servicio social y compañeres de trabajo elaboramos fanzines, jugamos a la lotería y al memorama feministas, tuvimos acceso a la pastilla del día siguiente, hablamos de sexualidad, aprendimos a usar el condón interno y externo, y reflexionamos sobre los festivales del 14 de febrero de antaño y las Lupercales. Entre tanto, coincidí con ellas que ya no queremos amar desde el duelo, la ansiedad, la vergüenza y la venganza, sino desde el presente, con responsabilidad afectiva, de manera pacífica y sin tantas máscaras. ¿Creen que sea posible?
¡Hasta la próxima entrega!
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