El vagón de mujeres

Escuchar los testimonios de primera mano y por parte de familiares de las mujeres que fueron ingresadas al hospital da cuenta de cómo, cuando eres pasajera, no pensarías en lo absoluto que tu vida estaba en riesgo.

El vagón de mujeres
Por Frida Mendoza
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Viajar en el primer o segundo vagón de cada tren del Metro es muy común para las que solemos ir solas, con amigas, compañeras, familia, infancias. A veces puede ser toda una aventura viajar en ellos por las largas filas, los empujones, o la batalla de muchas por poder alcanzar un lugar donde sentarse y así tener tiempo para avanzar en el trabajo, leer, maquillarse, ver el celular o dormir un poquito más.

El sábado 7, el primero del año, antes de desayunar me enteré del choque entre dos trenes de la Línea 3, mi día apenas comenzaba pero para muchas otras personas, sobre todo mujeres, ya había iniciado mucho antes, había llegado un imprevisto que no debía ocurrir en una actividad tan común.

Escuchar los testimonios de primera mano y por parte de familiares de las mujeres que fueron ingresadas al hospital San Ángel Inn en Avenida Chapultepec da cuenta de cómo, cuando eres pasajera, no pensarías en lo absoluto que tu vida estaba en riesgo.

Anabel y Olivia son enfermeras, la primera particular y la segunda del Hospital Dalinde, iban a trabajar y no notaron nada extraño cuando abordaron, pero ahora forman parte de las 106 personas lesionadas. Anabel nos contó a varias reporteras y reporteros que después hizo memoria junto a las otras mujeres lesionadas que lo más que pudieron notar era que el Metro iba frenando constantemente ¿pero cuántas veces no nos ha tocado eso? ¿Cuántas veces, incluso, atestiguamos que se detiene a la mitad de un túnel y que se apague la luz sin ningún aviso?

Quienes viajamos en la flamante limusina naranja para poder estudiar, trabajar, visitar a alguien o ir de paseo, podemos coincidir en que así como muchas veces puede ser la forma más efectiva y económica para transportarte en la capital, también puede ser un tedio, un retraso fatal, que por unos minutos que tardes en llegar puede significar un examen no presentado, un descuento en el trabajo, un estrés añadido al que muchas veces nos resignamos.

Al día siguiente de los últimos accidentes mayores que han ocurrido en el Metro (el choque en Tacubaya en 2020, y el incendio en la subestación de Delicias y el derrumbe en Tláhuac en 2021) le ha seguido la interrupción del servicio por días, semanas, meses o años. Estas interrupciones suelen ser cubiertas en medios de comunicación los primeros días desde dos frentes: la nota que da seguimiento al incidente en sí por parte del Gobierno y la Fiscalía, y la otra que plasma cómo las personas triplicaron su tiempo de traslado, y las que se molestan y quejan por no poder abordar en la estación que comúnmente hacían.

Cuando esto sucede, podríamos sorprendernos: ¿cómo vas a tener ganas de viajar en el Metro si apenas se cayó/incendió/chocó? La respuesta, fuera del privilegio, es siempre: no hay otra forma, a veces hay otras rutas pero tal vez son más inseguras, más lentas en el tránsito o más costosas. Ni se diga de quienes reclaman que no se viaje en bici, cuando vives a menos de media hora de tu lugar de trabajo y estás en una zona céntrica y con ciclovías es factible, de otro modo no.

La Línea 3 del Metro es la tercera más usada del Sistema de Transporte Colectivo. Tan solo de enero a septiembre de 2022 transportó a más de 117 millones de personas, y las estaciones con mayor afluencia son Indios Verdes, Deportivo 18 de Marzo, La Raza, Zapata, Miguel Ángel de Quevedo y Universidad.

Al atravesar de norte a sur a la ciudad conecta a habitantes de municipios del Estado de México como Ecatepec, Coacalco, Teotihuacán o Zumpango a lugares como la Ciudadela (Balderas), hospitales (La Raza, Hospital General y Centro Médico), escuelas del IPN y la UNAM (Balderas, Deportivo 18 de Marzo, Coyoacán, Copilco y Universidad) y muchos puntos más y aunque es evidente su importancia para quienes recorremos la ciudad, los constantes desperfectos, la tardanza para llegar, los conatos de incendio y todas las fallas tiempo anunciándonos una tragedia que ya ocurrió.

Yaretzi tenía 18 años y no tenía que morir en un choque del Metro. Anabel no tenía por qué ser ignorada por paramédicos y trasladarse con sus propios medios al Hospital San Ángel Inn; Olivia no tenía por qué llamar a sus hermanos para decirles que la llevaban en una ambulancia. No teníamos por qué nuevamente cubrir una tragedia en este sistema de transporte.

Escribo todo esto porque la sensibilidad al cubrir lo que ocurre en la ciudad, en el país y porque cuando se habla de “no politizar” una tragedia, comprendo que debe ir enfocado a no lucrar con las víctimas para simpatizar políticamente -como tan terriblemente lo han hecho las y los alcaldes opositores o la defensa de los compañeros de partido de la jefa de Gobierno- pero todos los días se hace evidente la necesidad de mayores políticas públicas y un presupuesto bien ejercido.

Entre todo lo que se ha escrito estos días sobre el Metro se trata de enfocarse en las víctimas y de ver a todas las personas que usan a diario el Metro, que para las mujeres ya no sólo pensaremos en subir al vagón de mujeres porque según la publicidad que pega el Gobierno “es una zona libre de acoso”, y que ahora nos debatiremos sobre cuál es el vagón que nos conviene abordar.

@FridaMendoza_

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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