Duelos, personas y lugares

Todas hemos perdido una amistad, y ese dolor lo vamos cargando, medio oculto, porque no sabemos qué hacer con él.

Duelos, personas y lugares
Graciela Rock
Por Graciela Rock, Especialista en género y política pública. Maestra por la Universidad Erasmus de Rotterdam y la Universidad Autónoma de Barcelona, ha sido conferencista en diversos foros y colaborado en publicaciones de México y España. Actualmente es directora de La Cadera de Eva.
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Hace algunas noches soñé con una amiga, o debería decir, una examiga. Al principio nos costaba un poco pero finalmente hablábamos, ella me explicaba su enojo, yo le contaba mi tristeza, nos perdonábamos y nos despedíamos. En el sueño, como en la realidad, se acabó la amistad; pero al menos, ahí había cierre, ceremonia, la tristeza era transparente, apaciguada.

Desde que dejamos de hablar, he ido recolectando historias ajenas de duelos amistosos. Me las confían como talismanes, como exvotos hacia las diosas, cristales en los que se refleja mi pérdida sin nombre. Porque todas hemos perdido una amistad, y ese dolor lo vamos cargando, medio oculto, porque no sabemos qué hacer con él.

¿Qué hacer cuando perdemos un amor que nada tiene que ver con las jerarquías afectivas reservadas para la pareja romántica -si es  hetero y monógama, mejor? No hay canciones que nos digan que con mil tragos o buscándonos otras amigas se nos olvida, tampoco películas que nos enseñen que las amigas se van, pero que, si es amistad de verdad, volverán y seremos felices para siempre; no hay millones de palabras y rimas lacrimosas sobre la amistad perdida.

El sistema nos dice que no importa la amistad -ni la que existe, ni la que desaparece- si tenemos una familia “como Dios manda”, si tenemos una pareja, hijos. Las amistades son niñerías, distracciones, lazos que se desvanecen frente a los verdaderos e importantes, esos que mantienen el proceso de reproducción social.

Al mismo tiempo, se espera que las amistades sean indemnes, todo terreno, que soporten tiempo y distancia, que perdonen traiciones y abandonos que serían impensables en una pareja; que nuestras amigas sean nuestras amigas-toda-la-vida; y lo decimos: las amigas son el amor de nuestras vidas. Pero cuando las perdemos, nadie nos trae helado, pañuelos, vodka de tamarindo; nadie se sienta a nuestro lado y nos sujeta la mano mientras bloqueamos en las redes, mientras borramos los mensajes. El duelo de la amistad es solitario.

Cuando una amistad se rompe, cuando una amiga nos deja, nos traiciona o nos rechaza, de pronto hacemos un hiperfoco sobre toda nuestra red. ¿Quién nos sostiene ahora? Quién nos sostiene si es la amistad la que nos salva, son las amigas los nudos que mantienen unida nuestra existencia. Cuando se rompe una amistad la aridez del entorno se hace patente, una escena desolada, llena de afectos precarios y precarizados.

En su novela “Lo que hay”, Sara Torres hila hermoso sobre el duelo, el deseo y el amor. Es un duelo amoroso y un duelo romántico, pero es también un duelo de las personas que de pronto son lugares, que nos permiten enraizar, sentir que pertenecemos en ese pedazo de tierra, que es tierra fértil y húmeda donde los afectos pueden crecer. Otro talismán para el altar de mi duelo.

Si esas semillas germinales de lazos se secan y mueren, las raíces que empezamos a crecer se pudren un poco, apestan, se vuelven viscosas. Dice Tatiana Romero -y doy fe en carne viva- que los duelos de una separación son peores cuando migramos. Las que estamos lejos, dice Tatiana, “tenemos que enfrentarnos a la ausencia desde el miedo a que el movimiento de uno solo de los nudos que conforman nuestra red vital se mueva y eso haga que todos los demás pierdan el sitio, o que se rompa y nunca podamos volver a hilvanar, a costurar el hueco”.

Quizá es que así lograremos sanar nuestros duelos, lograremos soltar a las amigas que se fueron, a las que eligieron la distancia -la de verdad, no la de los kilómetros- a las que tuvimos que dejar nosotras, a las que no pudimos perdonar, a las que no nos han perdonado; hilvanándonos, haciendo costuras con nuestras historias, un edredón bordado con los hilos de nuestros dolores en común, una enorme red que nos sujete y nos cobije. Y llorar, siempre llorar.

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@gracielarockm

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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