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Por Heredera Romanov
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El poder de la corona es como el buen vino para el alcohólico: después de probar una copa es imposible parar. Yo me quiero beber la barrica completa del poder, yo no quiero soltar la producción de todo el año, de todo el sexenio. La quiero para mí, para mi casa, mi historia y para dejar mi nombre en la Historia.

El poder para mí es como un orgasmo perpetuo; como vivir con el agua en la boca pensando en el siguiente bocado y devorando de inmediato ese antojo. El hilo de baba a veces se me sale, lo sé, y trato de moderarme, pero es que no puedo. Quiero más. Siempre quiero más.

Ahora mismo, aquí y ahora, sentado en el gran sillón de terciopelo azul que se dispuso en mi palacio para contemplar el atardecer, río por la ingenuidad que dos de mis súbditos han mostrado al pensar que les transferiré una pizca del poder del reino. Les veo servirme, les observo  complacerme. Saltan, sonríen, hacen bailes, son bufones, son informantes, son circo para el pueblo. Intento mantenerme en quietud y no dejar ver mi risa interior cuando me informan de sus más recientes actos públicos, de sus reuniones con personajes importantes, de su propaganda impresa en papel barato que intentan pasar de mano en mano.

Me río de todo eso. Me divierte pues.

Tomo un sorbo de mi té en la taza de oro que me acerca mi sirviente preferido y lo veo al retirarse: tan fiel, tan entregado, tan él mismo. Esto, servir al rey, es lo más lejos que ha llegado.

Pero yo… ¿yo? Yo conquisté las montañas, conquisté al pueblo, me gané este privilegio de tener el poder en mis manos que, si un día quiero, lo uso como plastilina que moldeo a mi gusto y capricho. Hago como que esculpo una bolita y la traspaso, pero no. Mi poder es solo mío, este llamado superior de servir a toda esta gente que ha vivido siglos en la pobreza y que hoy está casi igual, pero al menos cree que saldrá de ella porque cada mes les regalo una hogaza de pan.

Estos dos súbditos me han hecho llegar regalos y cartas, me refieren la lealtad que tendrán hacia mi persona y familia cuando les ceda mi lugar. Me muestran mapas, estrategias de guerra, alianzas futuras que creen que les hará mejores gobernantes. Intentan seducirme para que ya elija a alguno de los dos. Lo que no saben es que no será ninguno, seré yo, yo y siempre yo.

Las más exultantes sorpresas en la Historia del mundo vienen de los movimientos impredecibles en la pizarra. Hacer creer una cosa para hacer otra, lo que al poder de uno le convenga.

Ni los dos contendientes por el poder de este palacio, ni este pueblo al que digo servir, imaginan que lo único que busco es algo de entretenimiento al verlos competir, cuando lo que estoy esperando es tener el consejo de ministros totalmente de mi lado meses antes de mi supuesta partida para que modifiquen las reglas a mi favor y me permitan perpetuarme hasta que esta carne y estos huesos perezcan probablemente en este mismo sillón de terciopelo que mira hacia el horizonte tras el gran ventanal.

¿De verdad son tan ingenuos para pensar que me voy a ir así de fácil? No. Porque a mí me costó una vida llegar, esa vida se quedará aquí hasta que no exista más.

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@HerederaRomanov

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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