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Por Liliana Mejía
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Como cada año, empiezan a circular en distintos medios, los pronósticos para el año nuevo.  Éste, mientras los leía, la ansiedad se apoderaba de mí.

Entiendo la necesidad y lo valioso de hacer un análisis de la especulación de escenarios posibles en diferentes frentes, y a partir de ese análisis identificar los riesgos y amenazas. Sí, la parte más pesimista y el panorama más extremo (desde el punto de vista negativo) para luego predecir la probabilidad de que realmente pase.

Hace unos días, cayó en mis manos un reporte que llamó mi atención de manera especial ya que empieza haciendo un análisis sobre la situación política en el mundo y lo describe como the annus horribilis, una expresión en latín que ni siquiera necesita traducción para entender sin evitar sentir un escalofrío. No era el primero con este tono y pensé lo dramático que puede convertirse nuestro inicio de año si solo nos enfocamos en las amenazas para ‘prepararnos para lo que puede o no pasar’, o incluso evitarlo. ¿Y acaso no deberíamos también prepararnos para lo bueno? 

Desde estos primeros días del año estoy dándole vueltas al tema: el de hacer escenarios y pronósticos para lo mejor, para que estemos también preparados para cuando la realidad supere positivamente nuestras expectativas. 

Lo pensé incluso desde la perspectiva personal, ¿qué hubiera hecho si hubiera tenido el pronóstico de mi vida antes de nacer en el mismo formato de los que he leído este año? Supongo que hubiera nacido muerta de miedo.  

Me imagino que si me hubieran pasado un pronóstico de cada año de los que he vivido en la manera en que estamos acostumbrados a ver los análisis -con puros riesgos y amenazas- seguramente hubiera escogido no nacer. 

Pero si en el pronóstico de mi vida futura me hubieran dicho que esos mismos riesgos y amenazas iban a pasar (para tal vez convertirse en otros), que algunos ni siquiera ocurrirían y que además, que en cada uno de mis años iba también a sentir y a disfrutar momentos llenos de ilusión, de esperanza, de risas, de abrazos, de encuentros llenos de amor y de amistad, de familia a la que amo y me ama, de la satisfacción de retos superados, y tantas otras cosas que me dan felicidad, seguramente el miedo se me hubiera quitado y me habría apresurado a nacer.

La filosofía del vaso medio lleno o medio vacío a veces es extrema. Pensemos en el agua que si tiene y ya. 

Tengo suficientes años para saber que los momentos felices pueden ser fugaces, pero no dejan de ocurrir y también debemos prepararnos para que cuando lleguen no los dejemos pasar.

Mi reflexión: abracemos lo que venga porque viene en paquete ¡Feliz 2024!


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