De Tlatelolco a nuestros días: Abel Quezada y la elocuencia de la oscuridad

A once lustros del despertar el día que siguió a la matanza, nos queda claro que las tareas pendientes del Estado se han acumulado hasta desbordarse.

De Tlatelolco a nuestros días: Abel Quezada y la elocuencia de la oscuridad
Linda Atach
Por Linda Atach
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“El Movimiento tuvo sus causas propias e independientes aunque mucha gente se muriera de ganas por meter la mano dentro. Es indudable que hubo ese tipo de gente y que mucha estaba dentro del mismo gobierno; pero siempre hicimos lo que nos pareció correcto.”

Luis González de Alba en Los días y los años, 1971.

¿Cómo despertó México la mañana del 3 de octubre de 1968?, ¿de qué forma reaccionó la ciudadanía cuándo las desapariciones y los feminicidios no eran cosa de todos los días y la violencia una práctica contenida y controlada?

Apenada y casi disculpándose, mi mamá me respondió que en ese tiempo ella era muy joven y como no vivía cerca de Tlatelolco se enteró de la matanza un mes después, cuando su amiga Nidia le contó que al día siguiente de la carnicería, los soldados no se daban abasto en la tarea de lavar la sangre de los pisos y recoger los “cientos”, o más bien los “miles” de cadáveres desperdigados en el lugar.

En 2015 trabajé con Segio Aguayo y su equipo en la exposición “Lecciones del 68. Por qué no se olvida el 2 de octubre”, que se exhibió en el Museo Memoria y Tolerancia entre septiembre de 2015 y enero de 2016.  Debo aclarar que además de la emoción de trabajar con un personaje tan experimentado en los temas de la memoria, lo más impactante del proceso fue la manera en que se nos iban cayendo los mitos, empezando por el del número de muertos, que según Aguayo y Jacinto Rodríguez Mungía, debía fijarse entre los 45 y 50 y no en los cientos o miles que todavía dan forma a los imaginarios que narran el evento.

Asegurar un número de muertos comprobable tiene efectos complejos. Reducir una cifra indeterminada a 45 ó 50 personas con historias de vida y familiares reclamando perturba la narrativa, la vuelve mucho más realista y dolorosa, más necesitada de la justicia para las víctimas y de la reparación del daño para los suyos.

En una tónica comparativa y como cierre a la exposición, incluímos el montaje museográfico de 43 pupitres vacíos con una ofrenda floral con el propósito de recordar, pero también comprometer más respuestas para Ayotzinapa a un año de la desaparición de los normalistas. No está por demás concluir que la exhibición fue una de las más concurridas que ha tenido el museo, aunque nos llamaba la atención que los visitantes se sorprendieran más con el mapping que se proyectaba sobre la recreación de los edificios de Tlatelolco, las fotografías de Luis González de Alba y el espacio dedicado a contextualizar la imagen del México olímpico, que con la novedad del número de muertos.

A once lustros del despertar el día que siguió a la matanza, nos queda claro que las tareas pendientes del Estado se han acumulado hasta desbordarse. Pero ¿Dónde queda la sociedad? ¿Hasta dónde llegan nuestras acciones y los alcances de nuestra apatía?

Para responder estas cuestiones no encuentro nada más explícito que el cartón que publicó por Abel Quezada en la página 7 del Excélsior el 3 de octubre del 68, sólo unas horas después de la matanza que manchó al país a pocos días de estrenarse como sede olímpica.

Con la economía de medios de un rectángulo negro encabezado con la pregunta ¿Por qué?, y finalizado en la inscripción: “2 de octubre 1968”, la intuición de Quezada superó por mucho el amarillismo de los titulares que divulgaban los intentos por frustrar la olimpiada y las balaceras entre el ejército y francotiradores.

Tan oscura como el poder que se dedicó a negar que Tlatelolco había sido un crímen de Estado hasta su reconocimiento en 2018, la interpretación de Quezada sigue revelándonos la turbiedad que se tejió en torno a la masacre, pero también obligándonos a reflexionar sobre la impunidad y el camino que debemos elegir como sociedad: ¿Luz, oscuridad?, ¿silencios, acciones?

Antes de decidir, recordemos el 68. Siempre vale la pena optar por “el nunca más”.

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@lindaatachz

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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