Por Raquel López-Portillo Maltos
En medio de álgidas tensiones, la Casa Blanca ha confirmado la visita del Secretario de Estado, Anthony Blinken, a China este fin de semana. Tras la cancelación del viaje que estaba programado en febrero pasado debido al incidente del globo espía chino, se trata del diálogo de alto nivel más importante que se ha concretado entre ambas naciones desde el encuentro de los mandatarios Joe Biden y Xi Jinping durante la reunión del G20. En medio de las expectativas que generan acercamientos de esta naturaleza en una relación bilateral intrínsecamente compleja, vale la pena evaluar los posibles balances que generará la reunión y sus implicaciones.
La simple concreción del evento pone a China en el lado más favorecido de la balanza, partiendo del hecho de que el propio encuentro, y las condiciones bajo las cuales China entrará en diálogo, iniciaron bajo sus términos antes de que Blinken siquiera pusiera pie en su territorio. Con la llamada previa entre el Ministro de Relaciones Exteriores, Qin Gang, y Anthony Blinken, el gobierno de Xi Jinping dejó en claro que no están dispuestos a permitir intromisiones en asuntos internos, aún si esto implica suspender el diálogo nuevamente.
Más allá de ello, los esfuerzos de reagendar provinieron de la administración Biden, a lo cual China se resistió lo más que pudo. No permitieron siquiera una reunión entre los ministros de defensa de ambas naciones en una cumbre de seguridad celebrada en Singapur en días recientes. Todo ello manda un mensaje de que es Estados Unidos, y no China, quien buscó a toda costa la reunión.
Esto cobra especial importancia considerando la narrativa que ha impulsado el Partido Comunista Chino desde hace algunos meses y que se ha reforzado tras la última reunión del G7 en donde occidente mostró un frente más unido y vocal respecto al quehacer de China y Rusia. Esta se resume en que Estados Unidos y sus aliados supuestamente intentarán replicar un escenario como el de la guerra en Ucrania ahora en Taiwán pues, según alega el gobierno chino, EE.UU. busca consolidar una alianza similar a la OTAN pero enfocada en la región de Asia Pacífico. Ante esto, la apuesta china es continuar desplegando su diplomacia en todo lugar en donde occidente ha perdido influencia y evidenciar cualquier riesgo o injerencia que pueda repercutir en la seguridad de la zona como prueba de su argumento.
A nivel doméstico, en este intento de “mantener abiertas las líneas de comunicación para gestionar de manera responsable la relación”, Joe Biden habrá de sopesar si el mantenimiento de dicho diálogo trae mayores costos o beneficios en una coyuntura en donde cualquier desacierto puede significar la pérdida de un segundo término en la presidencia. Particularmente, Biden y su partido deberán conseguir resultados tangibles en el corto plazo ya que algunas figuras del Congreso y de algunos medios de comunicación ya han comenzado a cuestionarse si el mantenimiento de conversaciones realmente genera algún tipo de beneficio para los intereses estadounidenses o si sólo se ha traducido en que el país haga ciertas concesiones o baje el tono de sus demandas respecto a temas como los reclamos sobre el Mar de China Meridional, los abusos de derechos humanos en Xinjiang, el Tíbet y Hong Kong, así como el apoyo tácito que ha brindado China a Rusia durante la invasión a Ucrania. Esto sin duda será retomado y reforzado por el Partido Republicano durante la ya tensa contienda electoral de camino a las elecciones primarias.
Todo indica que por lo menos este primer reencuentro no ahondará en los temas más sensibles que atañen a los dos países y mucho menos cambiará el status quo de tensiones y distensiones que ha caracterizado a la dialéctica entre China y Estados Unidos. En este duelo de titanes, aún está por verse si prevalece la desconfianza o la responsabilidad que se esperaría de dos potencias mundiales.
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