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Por Saskia Niño de Rivera
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Tengo este recuerdo muy grabado en mi cabeza, vivo, como si fuera ayer.

Estaba volando de Amsterdam a Londres para ver a la niña que me gustaba. Suena simple, pero era mucho más complejo que eso. Meses antes me había dado cuenta, sin querer, literal sin querer, que estaba profundamente enamorada de una amiga mía. Todo en mi vida marcaba que darme cuenta de lo que entendí meses anteriores en Acapulco, era el principio de lo que viví como uno de los procesos más complejos y dolorosos de mi vida.

Venía leyendo un libro que en ese momento, considero, me salvó la vida. “El Sutil Arte de que te Importe un Carajo”, habla de esa sensación tan desesperante que todas y todos hemos vivido donde sientes que te ahogas en un vaso de agua. Donde no puedes imaginar , ni mucho menos ver, la luz al final del túnel. Esta sensación desesperada de que jamás encontrarás una solución a tu problema que consume el 99% de tus pensamientos y emociones. Lo que pasa es que en ese momento yo estaba casada y con una bebé de apenas un año. La idea de enamorarme de una mujer era, para mí, el fin del mundo. ¿Cómo iba a romper mi familia? ¿Cómo iba a romper mi matrimonio? ¿Cómo le iba a explicar esto a la gente? ¿Qué explicación le daría a mi hija? Sentía, literalmente, que me moría.

Quienes pertenecemos a la comunidad LGBT tenemos que pasar por un “proceso extra” que la gente heterosexual no tiene. Digamos que cuando nos damos cuenta que somos diferente a la norma, hay explicaciones que tenemos que dar y comunicados que tenemos que sacar. Nos toca informar al mundo, pero antes informarnos a nosotras mismas.

Darme cuenta que me gustan las mujeres fue, al principio, un dolor de cabeza. ¿Por qué me tocó ser así? ¿Por qué no puedo ser igual a los demás? ¿Por qué yo? Fueron preguntas que constantemente me hacía. “Salir del closet” no es solo informar al mundo exterior, si no hacer paz con que voy a vivir una vida en la que tengo que pensar dos veces antes de agarrarle la mano en público a mi esposa. Un mundo en el que constantemente tengo que estar cuidando que mi familia y yo no nos rodeemos de un espacio homofóbico. Que las amigas de mi hija entiendan y respeten a mi hija, que no se me cierren oportunidades profesionales por mi orientación sexual y que no visitemos espacios donde gente como yo no es bienvenida. “¿Disculpe son LGBT friendly?” es una pregunta que constantemente hago.

Salir del closet fue un infierno. Un infierno porque, aunque venga de un entorno relativamente liberal, el mundo no lo es. No nos damos cuenta lo heteronormada que está la sociedad hasta que te toca ser la diferente. Desde que nacimos: las caricaturas que vimos, las familias con las que convivimos, y las historias de amor que leímos, siempre, eran un hombre y una mujer.

Creo que hoy las cosas cambian. Hoy vemos más actos de homofobia, pero porque quienes pertenecemos a la comunidad del arcoiris y nuestros aliados estamos alzando más la voz. Antes, la homofobia no se veía con tanta frecuencia porque no salíamos del closet; no exigíamos nuestros derechos. Hoy plataformas como Disney se atreven a enseñarle a nuestra infancia las maravillas de la diversidad para que, quienes nacen diferentes, no sufran como nos tocó sufrir a las generaciones más grandes. Hoy las escuelas ya no obligan a las niñas a usar falda y a los niños pantalones, cosa que hace 20 años era impensable. Hoy, las nuevas generaciones inventan un nuevo vocabulario que quizás no esté aceptado por la Real Academia de la Lengua, pero que está pensado para que la gente no la pase mal dentro del estereotipo. Hoy, en muchas partes del mundo, en el mes de junio marchamos para celebrar el amor y no necesariamente para exigir nuestros derechos.

Hoy en mi país, sea cual sea el lugar donde nazcas, tienes el derecho de celebrar el amor y casarte con la persona que amas sin importar su sexo.

En mi historia, salir del closet fue el infierno. Sin embargo, la lucha está avanzando a pasos agigantados para que mañana salir del closet no sea necesario.

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@saskianino

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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