El impacto de una sola palabra y el calor de un abrazo

Cada objeto en casa parecía recordarme la fragilidad de la existencia.

El impacto de una sola palabra y el calor de un abrazo
Zoe

Por Zoe
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Despierto con un peso inusual en el pecho. No es físico; es una carga emocional que me ha envuelto durante la noche. El amanecer se filtra por las cortinas, pero su luminosidad no parece alcanzar el rincón oscuro en mi mente. Me levanto lentamente, con la sombra del diagnóstico acechando en cada pensamiento. 

En la cocina, mientras el café burbujea, los recuerdos del día anterior inundan mi mente. Las palabras del médico resuenan con una claridad que hiela el alma: "Es cáncer". Estas dos palabras, pronunciadas con una mezcla de profesionalismo y compasión, parecieron distorsionar el tiempo en ese momento. El mundo se detuvo, el aire se volvió denso y cada sonido se desvaneció. Fue como si me hubieran arrancado del presente y sumido en un abismo de miedo y desconcierto.

Los testimonios que había escuchado y leído anteriormente se convirtieron en una realidad paralizante. La tristeza, la ansiedad, la sensación de que el cáncer equivale a la muerte. Las historias de otras mujeres que sentían que se les escapaba la vida entre los dedos. Una sensación abrumadora de tristeza por mí misma me consumió. ¿Cómo iba a enfrentar esto? ¿Cómo iba a decirle a mi familia, a mis amigos? ¿Cómo encontraría la fortaleza para luchar?

Las horas pasaron en un estado de aturdimiento. Cada objeto en casa parecía recordarme la fragilidad de la existencia. Esa taza que solía ser mi favorita, ¿cuántas veces más la usaría? La melodía alegre que siempre sonaba en la radio, ¿la escucharía de la misma forma otra vez? Practico frente al espejo como decírselo a mis seres queridos, lo repito y no suena real, otras me río, pero parece que son los ojos del espejo los que me observan esperando una respuesta. Sigo practicando, frente a mi no lo he hecho tan mal.

Antes de poder ahogarme en estos pensamientos, el timbre interrumpe mis reflexiones. Es Rosalía. Ahora digo lo que tanto practiqué y descubro que no puedo hablar. Tampoco es necesario, nos abrazamos fuertemente. En ese abrazo, encuentro refugio, un lugar seguro en medio de la tormenta que se desata en mi interior.

Nos sentamos y, con un nudo en la garganta, le doy detalles de la noticia. Sus palabras de consuelo, sus anécdotas sobre su tía, su certeza de que no estoy sola en esta batalla, todo eso ilumina un poco el camino oscuro en el que me encuentro.

La tarde avanza, y mientras la oscuridad se ciñe alrededor, siento un nuevo tipo de fortaleza naciendo en mí. No es una valentía inflexible, sino una que se nutre de las lágrimas, los miedos y, sobre todo, del amor y el apoyo de las personas cercanas.

Al acostarme, las emociones aún revolotean, pero ya no siento que me consuman. Pienso en Rosalía, en las historias de otras mujeres, en la fortaleza que todas compartimos y que, seguramente, descubriré en mí. Aunque el camino que se avecina es incierto y aterrador, hay una cosa que sé con certeza: no lo enfrentaré sola. Con el amor y el apoyo de quienes me rodean, encontraré la valentía para luchar.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.