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Por Isabel Mercado
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Con el 80% del conteo oficial, la elección general en Bolivia arroja un resultado inesperado: el Partido Demócrata Cristiano (PDC), encabezado por Rodrigo Paz y el excapitán de Policía Edman Lara, lidera con el 31% de los votos. Le sigue de cerca Alianza Libre, del expresidente Jorge “Tuto” Quiroga junto al empresario tecnológico Juan Pablo Velasco, con un 28%. En tercer lugar, con 21%, queda Alianza Unidad, del empresario Samuel Doria Medina.

El desenlace sorprendió a todos. Ninguna de las más de diez encuestas publicadas hasta una semana antes lo anticipaba. La mayoría colocaba a Doria Medina en primer lugar, con un margen mínimo sobre Quiroga, y relegaban a Paz a un distante tercer o cuarto lugar, con cifras que parecían condenarlo a la irrelevancia.

¿Erraron las encuestas?

La respuesta es más compleja. Los sondeos reflejaban un dato central: entre blancos, nulos e indecisos, el electorado superaba el 30%, más que cualquier candidato. A ello se sumó el llamado del expresidente Evo Morales a votar nulo como forma de “reivindicación política”, luego de su inhabilitación definitiva. No fue que las encuestas mintieran, sino que no lograron captar el destino final de ese voto sin dueño, ni el efecto de una campaña que en su tramo final se enlodó con guerra sucia, desinformación y estrategias de desprestigio.

El empate roto y el voto indeciso

El virtual empate entre Doria Medina y Quiroga terminó resolviéndose a favor de este último, con casi cinco puntos de ventaja. Las razones pueden rastrearse en errores de campaña, en la similitud de ambos perfiles y en la disputa en un electorado mayoritariamente de derecha, que encontró pocas diferencias sustantivas entre las dos propuestas. Pero también incidió un hecho innegable: la ofensiva de guerra sucia que Quiroga desplegó contra Doria Medina, una campaña sistemática de ataques digitales y narrativas falsas que terminó erosionando la confianza de un sector clave del electorado indeciso.

El voto desencantado

El dato más relevante, sin embargo, no está en la disputa entre ambos, sino en el ascenso inesperado de Paz y Lara, que se abren paso al primer balotaje de la historia democrática de Bolivia.

Ese ascenso no se explica sin el electorado indeciso, principalmente sectores urbanos y rurales que alguna vez se identificaron con el MAS. Tras dos décadas de apoyo, el desgaste del partido azul, sumado a la crisis económica y al retroceso de conquistas sociales, los dejó huérfanos. Ninguno de los discursos de Quiroga ni de Doria Medina logró seducirlos, pese a que este último apostó por un centro político que garantizaba la continuidad de bonos y políticas sociales, y ofrecía una propuesta concreta y seria para resolver la crisis económica.

La demanda de renovación encontró su cauce en las figuras de Paz y, sobre todo, en Lara. Su perfil de outsider, marcado por una lucha anticorrupción desde la propia Policía y amplificado por su impacto en redes sociales, lo convirtió en símbolo de interpelación al sistema en su conjunto: al MAS, al oficialismo y a la casta política tradicional. Ese factor, invisibilizado por encuestadoras, rivales y analistas, explica la sorpresa.

Lo que viene

La segunda vuelta, prevista para el 19 de octubre, sigue abierta. Sin embargo, las proyecciones favorecen a Paz. El caudal masista —los votos nulos promovidos por Morales (alrededor del 18%), el 3% del candidato oficialista y el cerca al 8% de Alianza Popular de Andrónico Rodríguez— parece más proclive a inclinarse hacia el PDC. A ello se suma el respaldo ya adelantado por Doria Medina al ganador de la primera vuelta.

En cambio, Quiroga enfrenta un camino cuesta arriba: sus tensiones con Doria Medina, acentuadas por los ataques de la campaña, hacen improbable que logre capitalizar de manera significativa el voto de ese electorado. Todo indica que su base se limitaría a una porción más conservadora.

El fin de un ciclo

Más allá de quién gane, lo indiscutible es el fin de ciclo del MAS. El partido que gobernó y marcó la agenda durante 20 años quedará reducido a una representación marginal en la Asamblea y, por primera vez, sin incidencia en la política oficial.

No obstante, sería apresurado hablar de un “giro a la derecha”. Más bien, estamos ante una renovación del voto popular: un electorado que ya no confía en el viejo sistema y que ha depositado sus esperanzas en una dupla singular. Rodrigo Paz, sin equipo sólido ni en lo político ni en lo técnico, y Edman Lara, outsider con discurso justiciero y tintes autoritarios, podrían convertirse en el próximo gobierno.

Un gobierno, en todo caso, que simbolizaría más la ruptura con el pasado que una certeza de futuro.

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@Isamercadoh

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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