Por Ivabelle Arroyo
Mientras escuchaba los aplausos que acariciaban a la presidenta Claudia Sheinbaum en su primer informe de gobierno, se me ocurrió una idea brillante: haré un examen frente al espejo para mi clase de alemán. Invito a mis amigas, mando a los críticos al rincón y me suelto a repetir Ich lerne Deutsch con pausas dramáticas y sonrisas cómplices. Ovación asegurada. Quedaré convencida de que cumplí, porque las mujeres podemos hacer todo lo que queramos. Gracias, Presidenta. Su ejemplo inspira.
Eso hizo Sheinbaum en su primer informe. Ante el espejo —ante un público de puro alabador— buscó ser inclusiva: “No llegué sola, llegué con todas las mujeres mexicanas”. Ovación inmediata. Después, los números brillantes: millones fuera de la pobreza, México como el segundo país menos desigual de América, 90% de abasto de medicinas, cientos de miles de viviendas por construir. Cifras que funcionan como aplauso automático, como ese coro de amigas celebrando mi Ich lerne Deutsch.
El problema está en el formato, en las frases y en los números. Empiezo por el formato: no hubo pluralidad política, los gobernadores asistieron como floreros institucionales y ningún actor internacional estuvo presente. El Salón Tesorería de Palacio Nacional se volvió caja de resonancia para que el poder se escuchara solo a sí mismo.
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