Por Ivabelle Arroyo
Las olas reformatorias de las últimas décadas cambiaron instituciones, partidos políticos y arena de juego, pero nunca se han logrado modificar dos cosas: la excepcionalidad pública del ejército y la mexicanísima tradición de la sucesión presidencial. Esta siempre ha comenzado en la segunda mitad del sexenio.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ya lleva un rato instalado en esa lógica de conservación-transmisión del poder, pero ahora, a los cuatro años de su gobierno, hay un giro radical que no se puede pasar por alto: el regreso a la movilización desde el poder y la evolución de su herramienta de seducción.