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No quiero poner a pelear a nadie pero si se acercan les voy a contar un secreto: estoy traicionando al Museo Nacional de Arte (Munal). Ese hermoso recinto fue, durante muchos años, mi museo favorito en la ciudad. Sus exposiciones temporales siempre me llenaron el ojo y no sólo saqué una tarjeta de amiga del museo con privilegios para ir antes que nadie, sino que además me gustaba regalar esa tarjeta en Navidad. Ya sé. No todos lo apreciaban como yo.

Sigo pensando que es un hermoso museo, pero mi cariño se ha trasladado a uno nuevo, menos imponente arquitectónicamente (bueno, Tolsá no podía estar en todo), pero con la colección de arte mexicano más potente que he visto.

Se trata del Museo Kaluz, alojado en ese edificio lindo y colonial que albergaba al Hotel de Cortés, de cara a la Alameda. Lo inauguraron durante la pandemia, o en esas fechas, y una vez que me vacuné y bajaron tanto los niveles de contagio como mi estrés, fue el primer museo al que regresé en la ciudad.

Me impresioné tanto con la colección de paisajes que dejé la visita a la mitad. Eso me pasa cuando me emociono: tengo que dejar el recorrido porque temo perder el placer adquirido si me saturo visualmente. Es en serio. Lo dejé a la mitad y prometí volver, una vez digerida la fuerza de las montañas, puentes, volcanes, valles, fuegos, caminos y ciudades pintadas por esos monstruos del arte mexicano que fueron Siqueiros, Dr. Atl, Zárraga, Velasco y otros del mismo nivel aunque con nombres menos sonados. Fue delicioso encontrarme con 250 años de paisaje mexicano pintado por mexicanos o por extranjeros de paso y pensé que más valía irme y volver.

Regresé un par de semanas después, en bicicleta. (¿Hay otra forma de llegar al centro?). Me dejaron meter la bici y encadenarla en un espacio reservado adentro. Esta vez fui con más tiempo y pasé a ver de reojo –pero sólo así de pasada– los paisajes que me habían fascinado. No me detuve. La idea era avanzar a la zona de personajes, comida y costumbres. Y qué cosa. No les cuento de todos, pero me enamoré de unos guitarristas de Ricardo Martínez y de cuatro canallas abogados de Alfredo Zalce. Y del lugar. Y de la luz. Y de la terraza.

Regresé al Munal. Ninguna exposición. Luego una huelga. Luego ya no supe. Pasó el tiempo y cada que un foráneo me preguntaba por un museo, lo mandaba al Kaluz. Es una exposición imperdible.

Lo que no sabía es que lo visto era apenas un botón. Este mes se pusieron guapos y cambiaron las obras. Resulta que la colección tiene alrededor de 2 mil piezas y yo sólo vi unas cuantas.

Esta vez fui más suertuda. Veka Duncan, responsable de la comunicación del museo, historiadora del arte, divulgadora de la cultura y admirada colega de Opinión 51, fue la guía. ¡Qué privilegio! Nos contó historias sórdidas de algunos de los pintores, nos recordó quién fue maestro de quién y nos explicó qué era lo que había que ver en cada barranca, por qué ese Atl que está en el centro es tan especial, por qué hay fruta mordida en algunos cuadros y qué gracia tienen los bodegones pintados por artistas mexicanos.

Los curadores le dieron una sacudida al tablero y cambiaron la disposición de las salas, la narración pictórica y las piezas expuestas. Un par de las que había visto el año pasado se repitieron porque, ¿quién osaría meter a los abogados de Zalce a la bodega?

No lo piensen dos veces: tomen la bicicleta y cáiganle a este lugar. La terraza es espectacular y tiene, como buen museo que se precie de ser civilizado, vino y quesos, entre otras cosas.

En la parte inferior hay una exposición temporal extraordinaria de Marco Chilet, un español del exilio que dibujó como pudo sobre lo que pudo en esos horríficos campos de concentración franceses que un mexicano de buena memoria, Gilberto Bosques, visitaba para sacar a todos los que podía.

En unas semanas pondrán otra exposición que muestre la mirada de las pintoras que están en la colección. Ya quiero verla.

Regresaré al Munal, le tengo cariño. Igual visitaré otros museos en la ciudad, me gusta mucho San Ildefonso. Pero si me preguntan cuál es mi museo favorito, no tengo ninguna duda: es el Museo Kaluz.

@ivabelle_a

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