Gaslighting presidencial

Este sexenio se ha caracterizado por ir incrementando la destrucción e ignorando la oposición.

Gaslighting presidencial
Por Jaina Pereyra

Debo confesar que yo fui de las que minimizaron la opinión de quienes anticipaban que López Obrador guiaría un gobierno en el que nos convertiríamos en Venezuela. Nunca voté por él, pero siempre pensé que sería un reformista moderado; que no tenía mucha idea de política pública y, por lo tanto, no mejoraría la vida de los pobres, pero que por lo menos en la retórica los mantendría como prioridad. Creí pues, que, si bien, no entregaría un sexenio de grandes logros, tampoco sería de estrepitosos fracasos. Ahora digo de broma que lo que más le reprocho es haberme convertido en la tía conservadora que alarmada advierte que, ahora sí, ya estamos a nada de convertirnos en Venezuela.

En las últimas semanas del 2022 las cámaras legislativas aprobaron prácticamente en su totalidad una reforma electoral que, en los hechos, terminará con la capacidad del INE de organizar y fiscalizar elecciones. Después de la marcha ciudadana en apoyo a la institución, el presidente López Obrador reculó sobre la idea de aprobar una reforma constitucional, pero el llamado “plan B” es prácticamente igual de pernicioso. En cuanto empiece el periodo legislativo la reforma legal será aprobada y cientos, si no es que miles de funcionarios electorales tendrán que buscar trabajo. De aquí a que los recursos legales llegan a la Suprema Corte, el INE estará diezmado y será muy difícil recuperar la solvencia técnica que nos costó décadas construir. Si a esto sumamos la situación de la ministra plagiaria, tenemos que coincidir en que las instituciones sobre las que descansa nuestra democracia están en riesgo inminente.

Este sexenio se ha caracterizado por ir incrementando la destrucción e ignorando la oposición. Recuerdo las primeras semanas de este sexenio, en que la ley de austeridad amenazaba al servicio público. Hoy parece algo tan irrelevante. Luego vino la innecesaria y costosísima cancelación del aeropuerto de Texcoco, los dictámenes de seguridad internacional que decían que Santa Lucía no es seguro, la devastación ecológica del Tren Maya, el manejo criminal de la pandemia, los ataques a periodistas y ciudadanos desde la mañanera, la militarización de la seguridad pública, etc. En cada uno de esos eventos parece que los críticos hablamos sólo entre nosotros, pero sin ninguna resonancia. No hay quién detenga la maquinaria gubernamental. A veces me siento como “loca” gritando en el pastizal, insistiendo en que tal o cual iniciativa del gobierno son graves sin que haga ningún eco. ¿Cómo no va a ser grave que no haya vacunas ni para el cuadro básico?, ¿Cómo no va a ser grave que la vacuna de refuerzo contra el COVID que pone el gobierno no sirva para prevenir la infección con nuevas variantes? ¿Cómo no va a ser grave que el presidente de la República defienda a “su” ministra y que ella haya plagiado o comprado, ya lo sabremos, su tesis de licenciatura? Pero lo cierto es que la vida sigue. Hay tantas razones por qué indignarse que ya no generan olas. Pienso cómo habríamos reaccionado en otros sexenios a lo mismo y me parece que habría habido una reacción común de quienes votaron por los presidentes y quienes no, pero esa complicidad ciudadana ya no existe. Ante este escenario, he comenzado a dudar de mi moderación cuando todo me indigna. Si lo manifiesto en redes sociales, llegan hordas de bots. Si me quedo callada por miedo a esa reacción, acaba en lo mismo. Silencio estridente. Mi conclusión es que la estrategia del gobierno ha sido el gaslighting.

El diccionario Merriam- Webster eligió este concepto como una de las palabras del 2022. La definición que ellos usan refiere a la “manipulación psicológica de una persona, por un periodo prolongado de tiempo que causa que la víctima cuestione la validez de sus pensamientos, su percepción de la realidad o sus recuerdos, lo cual conlleva confusión, pérdida de confianza y autoestima, así como incertidumbre sobre su estabilidad emocional o mental, y dependencia del predador”. Conforme hemos empezado a hablar de salud mental y relaciones violentas, el uso del concepto se ha popularizado, pero creo que no lo denunciamos demasiado en la vida pública.

Las respuestas de la ministra Esquivel a las acusaciones de plagio son gaslighting de libro de texto. Las respuestas del presidente a cualquier crítica o cuestionamiento, lo mismo. Dudar del emisor, decir que miente, cuestionar la legitimidad de preguntar. ¿Qué se sugiere en el caso de las relaciones personales para dejar de vivir este gaslighting? Terminar la relación. Sin embargo, en la esfera de lo público, creo que nos corresponde insistir en la dimensión que tienen las cosas y nunca, por ninguna razón, comprar la idea de que estamos exagerando cuando acusamos abuso, corrupción o destrucción institucional. Ir en contra del predador implica necesariamente reconocerlo, denunciar su intención y confiar en nuestro juicio. Eso nos toca hacer a todos, aunque de pronto sintamos que es una batalla perdida.

@jainapereyra

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