Por Jaina Pereyra
Este fin de semana empieza la segunda ronda de debates para el gobierno de la CDMX y la presidencia de la República. Después del primer ejercicio, las y los candidatos deben estar nerviosos: la gente espera propuestas, dicen, pero también esperan sangre. Tranquilidad, carisma, contundencia. Quieren que “su gallo” (o gallina) sorprenda al contrincante, que le dé una estocada mortal y que eso le genere una simpatía desaforada, incluso entre quienes quieren que el contrincante viva.
Los debates decepcionan, porque, seamos honestos, difícil será encontrar un litigante tan avezado como el Jefe Diego o un momento de tanta humillación como el que nos ofreció Labastida. Ya: tocamos la gloria y tocamos el fondo. No habrá una sorpresa; un nuevo referente. ¿Cuál es el peor mejor escenario en que podemos pensar? Que alguien se paralice (ojalá no nuestro “gallo”. O “gallina”.), que alguien exhiba fehacientemente la corrupción de alguien (ojalá no la de nuestro “gallo”. O “gallina”.), que alguien decline en favor de alguien más (ojalá en favor de nuestro “gallo”. O “gallina”.). Pero en una de ésas, ni con eso estamos felices.
Seamos realistas. En ningún debate se presentará un personaje que no hayamos visto en meses de campaña y en años de desempeño político. No habrá una propuesta que sea una sorpresa. Es más, no deberíamos pensar que las propuestas son creíbles. En un país en donde la palabra no vale ni el tiempo que tardamos en expresarla, ¿cuál sería ESA propuesta que podría cambiar mis preferencias electorales?
Siempre es lo mismo. Cada seis años es lo mismo. Cada debate es lo mismo. Todos y todas van a salir a decir que “ganaron”, pero dirán también que qué tragedia el formato. Muchos electores se dirán decepcionados y repetirán por enésima vez qué, bueno, otra vez a elegir entre el menor de los males.
Por increíble que parezca, en las redes sociales llevan todo el postdebate (semanas enteras) flagelando a quien, después de señalar consistentemente la corrupción del gobierno federal, osó decir que Claudia “ganó el debate” (whatever that means). Siguen. No es broma. Siguen enojados con la mesa de Latinus porque señaló lo evidente: que Claudia ganó el debate. Porque ¿qué es ganar un debate? Pues cumplir los objetivos de una candidatura. Las y los que encabezan las encuestas normalmente van a no perder apoyo. Quienes van en segundo lugar, van a ganar nuevos apoyos. Claudia lo logró, creo. Estaba cómoda, más natural que siempre, tan contenta que se dio el lujo de enojarse sin que fuera tachada de autoritaria. Xóchitl, creo, no logró convencer a más votantes y, por lo tanto, no cumplió con su objetivo.
Pero, ojo, decir que Claudia ganó el debate, contrario a lo que han dicho los Xochilovers, no es avalar la mentira, ni avalar una candidatura, ni anunciar una preferencia. Es decir que Xóchitl debió llevar los datos visibles, de tal forma que cuando Claudia mentía y decía que las acusaciones de Xóchitl eran falsas, ésta pudiera revirar y decir: “no, no es falso, aquí tengo la evidencia”. Es decir que Xóchitl tiene que poder controlar los nervios. Es decir que debe ir vestida de una forma en que se vea presidencial, porque sí, vivimos en un mundo en el que nos califican por eso, especialmente si somos mujeres. Es decir que no puede estar revisando sus notas mientras los demás contestan, como si fuera a recitar un poema, que tiene que sonreír, pero mostrar su investidura, que no puede estar enojada, ni aplaudirle a aquellos contra los que compite.
Ahora bien, se equivocan también, creo, quienes piensan que los debates deberían ser los momentos más importantes de la campaña. Son, sí, los momentos más interesantes, pero dejemos de fingir demencia. Hoy ya podemos imaginarnos cómo se verá un gobierno de Claudia y cómo se verá un gobierno de Xóchitl. No hay propuesta que vaya a cambiar las trayectorias. Y entonces sí, el debate debería ser ese espacio en donde, más que propuestas, se exhiben y contrastan trayectorias; en donde, se plantea la narrativa de los problemas públicos y de sus soluciones; en donde podamos evaluar el carácter y los tamaños para ejercer el cargo.
En todo caso, creo que los debates son el gran momento democrático para nosotros, para las y los electores; son pruebas para nosotros y son oportunidades para nosotros. Ganamos o perdemos nosotros, no las o los contrincantes. Ojalá sepamos aprovechar estas oportunidades.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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