Por Jimena de Gortari Ludlow
Lo que ocurrió este fin de semana en el Zócalo no fue un suceso menor ni un malentendido operativo. Fue un exceso policial en toda la línea de lo que implica intimidación desde el Estado. Bastan los videos, las transmisiones en vivo, las notas periodísticas y los testimonios para entenderlo: vallas que convertían la plaza pública en un territorio cercado, líneas de antidisturbios desplegados para impedir, no para cuidar, y un repertorio sonoro que hablaba más claro que cualquier comunicado oficial.
Golpes secos al pavimento.
Metal arrastrado.
Órdenes gritadas como advertencia.
Gases lanzados sin proporcionalidad ni justificación.
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