Document
Por Jimena de Gortari Ludlow

En tiempos de guerra, no solo se destruyen ciudades y vidas. También se transforma —de manera profunda e irreversible— el paisaje sonoro de los territorios y de los cuerpos. La guerra suena. Y no como metáfora: suena literalmente. La violencia tiene eco, volumen, ritmo. Desde el rugido de los bombardeos hasta el zumbido de los drones, el conflicto armado produce una banda sonora que marca a quienes la viven y a quienes logran sobrevivir.

Escuchar el mundo es, también, una forma de conocerlo. Y hoy, el mundo suena a fractura. Los estallidos en Gaza, las sirenas en Ucrania, las explosiones en Sudán, los gritos ahogados de personas migrantes que cruzan territorios hostiles. También en América Latina, donde las guerras no siempre se nombran como tales, pero sí se oyen: en el patrullaje constante, en los retenes militares, en los disparos esporádicos, en la amenaza permanente. Son conflictos armados, sociales, ambientales o estructurales que también tienen una dimensión acústica pocas veces reconocida.

La guerra reconfigura los sonidos de la vida cotidiana. En zonas de conflicto, el silencio puede ser tan violento como el estruendo. Un silencio impuesto por el miedo, por la censura o por el desplazamiento forzado. Cuando un barrio deja de sonar como antes, no es porque haya encontrado la paz, sino porque sus habitantes fueron silenciados, asesinados o expulsados. El paisaje sonoro se convierte así en una huella viva del conflicto.

La memoria del conflicto también se guarda en los oídos. Quienes han vivido una guerra —ya sea como civiles, combatientes, desplazados o testigos— pueden recordarla a través de lo que escucharon: el silbido de una bomba, el crujido de una puerta abriéndose con violencia, el murmullo de una oración en medio del miedo, el llanto contenido en la madrugada. Estas memorias resisten al olvido. Muchas veces, incluso, se recuerdan con más nitidez que las imágenes.

En los últimos años han surgido fonotecas de guerra, documentales sonoros, instalaciones artísticas que reconstruyen la acústica de un refugio o el caos de una evacuación. Escuchar estos archivos no es un acto pasivo: es una forma de empatía y de testimonio. Porque quien escucha, también presencia.

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