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Por Jimena de Gortari Ludlow

Este verano fui invitada a participar como tallerista en el Verano Sonoro de la Fonoteca Nacional de México, en este espacio niñas y niños se convirtieron en algo más que participantes de un curso: se transformaron en Guardianes y Guardianas del Sonido. En un mundo cada vez más ruidoso y acelerado, les propuse una pausa para escuchar, observar y cuidar los sonidos de su entorno. Y no sólo aceptaron la misión, sino que me recordaron —con una claridad y ternura difícil de igualar— por qué es urgente hacerlo.

La actividad giró en torno a una herramienta diseñada especialmente para uno de los lunes: la Cartilla del Guardián/ Guardiana de Sonidos. Cada uno de los apartados tenía una misión, con espacios para dibujar, para pegar, para escribir y para reflexionar. Esta cartilla propone una travesía lúdica y crítica por el entorno sonoro. No se trata sólo de registrar ruidos y sonidos, sino de detectar aquello que nos hace bien, lo que nos molesta y lo que quisiéramos transformar.

A través de distintas fases —como convertirse en detectives del sonido, cazadores de ruido, coleccionistas de sonidos y cuidadores de silencio exploradores del silencio— los grupos se acercaron a una escucha activa, profunda y reflexiva. Salimos al jardín, recolectamos elementos de la naturaleza y también sonidos: el canto de los pájaros, el crujir de las hojas, el rumor del viento entre las ramas. La consigna era sencilla pero poderosa: ¿qué suena bonito? ¿qué suena feo? ¿qué queremos que se escuche más? ¿qué menos?.

Las respuestas fueron tan contundentes como conmovedoras. Identificaron con claridad lo que más les molesta: el ruido de las obras en construcción, las fiestas de los vecinos con música muy alta, y el estruendo de las motocicletas que pasan a toda velocidad. Estos tres elementos aparecieron una y otra vez en sus cartillas y en las conversaciones colectivas, muchas veces acompañados de gestos de incomodidad, enojo o frustración.

En contraste, lo que más disfrutan escuchar son los sonidos naturales: la lluvia, los truenos lejanos, los grillos, los pájaros, los árboles, el canto suave de alguien que quieren. Algunos mencionaron también el silencio, no como vacío, sino como refugio. Una niña escribió: “me gusta cuando no se escucha nada porque siento paz”. Otra agregó: “cuando hay mucho ruido me duele la cabeza y me enojo”.

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