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Por Laura Carrera

El conflicto en Sinaloa lleva más de dos semanas afectando gravemente a la población. No solo ha desatado una ola de violencia criminal, sino también una crisis emocional y biológica. Porque, en medio de la quema de camiones, saqueos y crueles asesinatos, la gente común y corriente está enfrentando una tormenta interna que pocos ven: la sobrecarga de cortisol y adrenalina en sus cuerpos.

Hoy, las y los sinaloenses están atrapados en un ciclo emocional que es tóxico, donde el miedo, el estrés y la rabia son las emociones predominantes. El miedo es natural en un contexto donde la violencia es indiscriminada, el sonido de las balas, los incendios, el saqueo y la destrucción, crean un estado de terror permanente.

Este miedo no es ese que ocurre una vez y se deshace, sino es uno que habita constantemente en el cuerpo, y produce una cascada de reacciones fisiológicas. La gente no puede relajarse ni confiar en que su entorno es seguro y ello provoca ansiedad.

El estrés es una respuesta directa a la incertidumbre y al peligro, y el estrés prolongado, provoca una profunda sensación de impotencia porque las personas no tienen control sobre lo que ocurre a su alrededor. Y hoy no parece haber una solución inmediata ni visible a la violencia y ello intensifica esa sensación de vulnerabilidad.

Y a esto, súmele la rabia que está emergiendo por la falta de acción del gobierno. La gente ya se dio cuenta que las autoridades no responden, no protegen, ni hacen frente a la violencia, y eso provoca que la población experimente una mezcla de frustración y resentimiento.

Así que, los sinaloenses están hoy sometidos a una sobrecarga de cortisol y adrenalina y por ello tienen activada, de manera permanente, esa respuesta de “lucha o huida”, sólo hay que ver algunos de esos videos que circulan en las redes sociales. Activar este sistema es normal cuando se está en peligro, pero dejarlo activo por días podría tener consecuencias graves en la gente.

En particular hay dos áreas que se dañan con un cortisol alto y permanente. Uno es el hipocampo que es el responsable de la memoria y el aprendizaje y otra, la amígdala, que es el centro emocional del cerebro. 

Un exceso de cortisol reduce el tamaño del hipocampo y esto afecta la capacidad de la gente para recordar o aprender cosas nuevas; y la amígdala, que se agranda y se vuelve hiperactiva en contextos de estrés crónico. Esto hace que las personas se vuelvan más reactivas emocionalmente y menos capaces de regular sus emociones. Y esto se manifiesta en explosiones de ira, ataques de ansiedad o crisis de pánico.

Entonces, aunque el conflicto eventualmente se calme, las secuelas emocionales de esta crisis van a permanecer por mucho tiempo en la población. Y aunque la gente parezca que se repone, el estrés postraumático, ahí se queda, anidado. 

Además, los niños y jóvenes que están creciendo en este ambiente violento, a la larga, podrían desarrollar algunos problemas de regulación emocional. Y al crecer en un entorno de constante incertidumbre y peligro, también podrían desarrollar una visión del mundo marcada por la desconfianza hacia las instituciones y hacia los demás.

En este contexto de violencia, la falta de acción del gobierno federal y estatal no solo es una cuestión política, sino también emocional. Cuando las autoridades dicen que “hay que esperar a que las bandas criminales bajen sus agresiones”, la población se siente abandonada a su suerte, desprotegida y sin esperanza. 

Esta ausencia de respuesta por parte del gobierno, incrementa la sensación de impotencia y fomenta una cultura del miedo y desconfianza.

Así que en Sinaloa se está viviendo no solo una guerra entre bandas criminales, sino también una guerra emocional en su población. El miedo, el estrés y la rabia han inundado las vidas de las y los habitantes, con consecuencias que no van a desaparecer cuando los disparos cesen. Porque el cortisol y la adrenalina va a dejar cicatrices profundas en el cerebro y el cuerpo de las personas, especialmente en las y los jóvenes, los niños, niñas y las mujeres en particular las embarazadas. 

La inacción del gobierno, lejos de aliviar esta carga, la incrementa, dejando a la población en un estado de desprotección prolongado. Las secuelas de esta crisis, aunque la gente regrese a la normalidad y no se de cuenta, serán duraderas. Por eso, es importante que se reconozca y aborde el impacto emocional que la violencia está dejando en Sinaloa, para que la población algún día pueda sanar.

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