Por Laura Carrera
En México, estamos acostumbrados a señalar al policía de calle como el símbolo de la corrupción. “Son mordelones”, “extorsionadores”, “prepotentes”, frases que escuchamos todos los días. Pero lo que pocos se atreven a decir en voz alta es que la corrupción muchas veces no empieza en la banqueta, sino en la oficina de los altos mandos.
El caso más reciente lo vimos en el estado de Tabasco, donde el exsecretario de Seguridad Pública fue vinculado presuntamente con el Cártel de la Barredora. El golpe no es menor. Si la cabeza de la seguridad en un estado pacta con el crimen, ¿qué puede esperar el policía que arriesga la vida en la calle? ¿Qué puede esperar la ciudadanía que confía en que la autoridad protege y no traiciona?
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