Por Laura Carrera
Hace unos días, una amiga muy querida me confesó que últimamente se ha perdido –literalmente perdido– en videos de perritos, gatitos, gestos y reacciones de bebés. “Laura, cuando volteo a ver el reloj, ya pasaron dos horas… ¿y cómo pasó?”. Me reí porque me reconocí en su confesión. A mí también me pasa. A veces, para poder concentrarme de verdad, lo tengo que dejar en otra habitación como si fuera un objeto peligroso. Y Cuando le digo esto mismo a la gente a la que entreno, siempre me contestan: “¿Y si me habla alguien? ¿Y si llega algo importante?
Esa ansiedad cotidiana ya se volvió parte del paisaje emocional del país. Vivimos con el corazón amarrado a la posibilidad de que algo urgente ocurra cada minuto. Y entonces, revisamos el teléfono más veces de las que respiramos profundo al día.
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